La necesidad de reflexionar con sentido político y riguroso
 Periódicamente, casi como un Guadiana que retorna, existen épocas en las que la militancia política se engrandece, a las que siguen otros tiempos, habitualmente más largos y con gran zozobra, en las que se reniega y maldice a la política. Ya Platón avisó, de forma clara, que la renuncia a participar en política de la gente más preparada comportaba que esos lugares de relevancia política y social fueran ocupados por la gente más mediocre.
La llamada “época de la transición” tuvo políticos con mentes bien amuebladas, que poseían una formación y una historia tras ellos de cierto relieve, de eso no cabe ninguna duda. Es evidente que tenían sus corifeos y sus detractores, a veces apasionados, pero nunca rehuyeron un debate ni una situación en la que opinar fuera en un sentido u otro. Se llamaran Fraga o Marías, Gómez-Llorente o Tierno, Carrillo o Paris, levantaban murmullos, pero provocaban el silencio del respeto para escuchar lo que decían. Muchos parlamentarios tenían “fundamento” como Rodríguez de Miñón, Lluch o Sartorius. También existían “versos sueltos” a los que nos encantaba escuchar y se les buscaba como Ruiz-Jiménez, Caro Baroja, Paco Fernández-Ordóñez o Vázquez-Montalbán.
Muchos de ellos se retiraron, unos por hastío, otros por edad, otros fallecieron por causas diversas. Alguno asesinado por una banda de asesinos terroristas cuando defendía el diálogo con ellos, las “largas y penosas enfermedades” o los procesos repentinos relacionados con tensiones diversas. Aunque se retiraran de la política muchos seguían deleitándonos con conferencias, retornaban a sus despachos o cátedras, participaban en tertulias a las que resaltaban con un discurso preciosista, con dialéctica y conocimiento histórico.
Hay que señalar que su marcha, para dar paso a la cacareada sustitución generacional, ha resultado bastante deficiente. Se ha perdido calidad y cualidades, de forma más profunda en cada cambio acontecido. El debate político se ha enfriado, la autocrítica ha campado en una ausencia generalizada y, lo que es peor, no se sabía hacer. Así planteadas las cosas los debates eran planos, muy planos, plenos de zafiedad, redundancias y requiebros.
Se tornó toda acción política en pragmática, en hacer y en tener resultados, en tejer una maraña social que asfixiaba a la sociedad civil porque se la invadía políticamente, sin escuchar sus derivas y sus dificultades. Es cierto que todo está impregnado por la política (la economía, la distribución de los presupuestos, el ejercicio de muchas profesiones con vocación pública aunque con una adscripción liberal, el urbanismo y tantas cosas más), no reconocerlo así es dejar en manos de los políticos “profesionales” estos temas, lo que es una verdadera insensatez. Se puede, se debe ser y tener una orientación y pensamiento político, pero también hay que mostrarse con libertad de pensamiento, siempre y cuando sea razonado, fundamentado y riguroso.
En el seno de los partidos políticos de reprodujo la secuencia social externa a ellos: utilizar palabras, vaciarlas de contenido, exigir fidelidades (que no lealtades) y si se pensaba de forma autónoma podías ser declarado como un ente “raro” o “peligroso” y, por lo tanto, podrías ser repudiado y/o represaliado. Así se crearon, no solo tendencias o líneas políticas, sino alineamientos personales, lo que facilitaba una guerra sin cuartel y las consiguientes represalias y venganzas. Triste panorama.
La repercusión en la actividad política externa es una gran simpleza en la argumentación, realizada mayoritariamente por unos líderes prefabricados sin experiencia en campos externos al propio partido, eran los “hombres/mujeres de partido”, no del partido sino de partido. Se acuñaban frases del tipo “es de los nuestros” versus “no es de los nuestros”, lo que originaba verdaderos requiebros en la actividad política. Por ello el desarrollo político se volvía pragmático y simple, es decir: se hacían las cosas que se hacían en aras a ganar elecciones, pero el poder permanecía en las mismas manos, se abandonaron los análisis políticos para realizar sesudos planteamientos economicistas con lenguaje oscurantista lleno de cifras y porcentajes.
La gente joven se desencantaba de la política y los partidos iban envejeciendo, no solo en ideas y funcionamiento, sino también en la edad de sus militantes. Las purgas y venganzas continuaban. A la par, crecía la corrupción, porque la falta de compromiso ideo-lógico y la falta de formación política y social, favorecen las apetencias individuales, pero se salpica a los partidos, sobre todo a los de izquierda que no tienen el apoyo y el caparazón de protección de los partidos de la derecha, ya que en éstos confluyen el poder político con el poder de clase social y se amparan mutuamente.
En este marasmo los líderes políticos tienen escasa formación intelectual, política y social. Saben mucho de teje-manejes y politiquerías, pero solo son capaces de repetir fórmulas a modo de eslóganes transitorios y con escasa profundidad, por mor que en ocasiones hagan gracia y nos hicieran sonreír, pero solo con leve movimiento de la comisura labial de medio lado.
Parece que ahora toca una emergencia de pensamientos más profundos, sobre todo porque la crisis facilitaría esa evolución, pero la creciente corrupción en unos y las posibles suspicacias y listas negras en otros, hacen que se retome el desencanto hacia la política y que algunas buenas mentes analíticas se retiren a los cuarteles de invierno. Es decir: retornan los mediocres, tal y como anunciaba Platón.
El debate político actual es cansino, repetitivo, insustancial, carente de contenido y de reflexión, la metodología dialéctica está ausente y no parece que se la espere, la oratoria utilizada es espantosamente aburrida y sin chispa, los temas tratados se alejan de los intereses de las clases populares y medias. Es difícil saber las diferencias existentes en políticas de educación, sanidad, servicios sociales, dependencia, igualdad,… en la formulación verbal parecen iguales, luego en las realizaciones prácticas son tremendamente diferentes pero cuando nos damos cuenta es para el lamento, entonces … se llega tarde.
Decididamente ser y realizar una política coherente y de izquierdas es muy difícil y no es solo tener un carnet o militar en un partido. Ser líder es algo más que controlar el aparato del partido, se debe tener formación y experiencias diversas dentro y fuera del partido. Ser un líder significa integrar y saber trabajar por la colaboración de todos, todas y todos y aceptar esa diferencia como riqueza y variedad, coordinar grupos es algo muy complicado que precisa estudio en lo general y flexibilidad en lo personal. Un líder también sabe acompasarse con las minorías de su militancia, sobre todo si quiere trasmitir a la población en general serenidad y consistencia, Donabedian nos explicaba que para conseguir calidad debemos integrar en los grupos de debate a los que no están de acuerdo ¿Si un líder no sabe trabajar con las minorías de su entorno, como va a saber integrar a las minorías sociales? Y si no lo consigue hacer ¿cómo va a liderar un país?
 
José Luis Pedreira Massa
(Psiquiatra y Psicoterapeuta de niños y adolescentes. Prof. Tutor de UNED)