David Pujante es poeta, traductor de poesía y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Valladolid. En 2018 fue galardonado con el Premio Dámaso Alonso y este miércoles protagonizará nuestro ciclo de 60 minutos con el escritor. No hemos querido desaprovechar la ocasión de acercarnos un poco más él para preguntarle sobre sus anhelos, preocupaciones y pensamientos.
1. Como profesor en la Universidad, está rodeado de jóvenes a diario. ¿Qué opinión le merece la juventud actual?, ¿ve en ellos el mismo interés por la literatura que tenía Usted cuando emprendió sus estudios?
Yo me llevo muy bien con la gente joven desde siempre. Lo he heredado de mi padre, que era un hombre que, siendo viejo, no soportaba estar rodeado de viejos. Él siempre estaba con gente joven.
Yo empecé siendo catedrático de instituto, y hacía teatro con los alumnos, los llevaba acá y allá. Incluso en uno de los institutos en los que estuve me plantaron un árbol, que espero que después de más de 40 años esté frondoso.
Pero siempre hay tres o cuatro interesados que forman grupo y van al cine, al teatro, intercambian libros. Y luego hay una mayoría que están por estar. Hay muchos que vienen porque no han conseguido entrar en otra carrera.
Pero yo no puedo hablar mal de ellos. La culpa no la tienen ellos. Lo que sucede es que las humanidades están siendo muy maltratadas en una sociedad en la que lo que cuenta es la práctica, las aptitudes. En la que prevalece la tecnología.
Y realmente lo único que sirve es el entusiasmo. Un profesor entusiasmado por su asignatura consigue que les guste a sus alumnos, consigue engancharlos. Eso me lo han dicho alumnos míos de bachillerato años después de darles clase. Una alumna me decía: “Yo era de ciencias, pero veía que te entusiasmabas tanto que yo decía, pues algo tendrá esto que tanto entusiasma a Pujante”.
- ¿Qué opina de iniciativas como el Ateneo de Palencia -un lugar de encuentro para personas interesadas en la cultura, la literatura y el arte-?
Para mi ya la palabra Ateneo tiene una connotación positiva. Cuando me fui a vivir a Madrid con 25 años, junto con una amiga mía, se abrió la inscripción al Ateneo y pudimos entrar. ¿Tú sabes el entusiasmo que representó para mi poder entrar en el Ateneo de Madrid?
Allí ibas y te encontrabas con Martín Gaite, Jesús Aguirre… Cada uno tenía su sitio y allí dejaba su bolso y sus cosas.
Mi recuerdo del Ateneo es muy positivo. Para mí el Ateneo es un lugar de cultura, de encuentro de intelectuales. Para mi hablar de un Ateneo es pensar en el Ateneo de Madrid.
- ¿Sobre qué escribe a diario?
Yo no escribo a diario. Sí escribo diarios, pero no me obligo. Yo no soy novelista. Siempre tengo un artículo pendiente, o traduzco, aunque no lo publique. Pero en el momento en el que me obligaran a escribir, escribiría fatal. En eso soy muy anárquico. Tengo que ser yo el que decide escribir cuando quiero. Y eso lo llevo a mis alumnos. Les propongo muchos textos, pero no les digo “léete esto”. Incluso cuando veo que no están en disposición de leer algo, les digo que no lo lean. Lo hacía con mis alumnos en el instituto, les decía que no estaban en disposición de leer el Quijote, pero para llevarme la contraria lo leían. Aunque esa no era mi intención.
Yo no me siento a escribir poesía a ver si me sale. Tiene que venirme el tema obligado, e insistirme mucho. Si me obsesiona, me pongo. Y soy lento. Entre un libro y otro puede haber doce años, o seis. Yo disfruto con la poesía.
Por eso también me he mantenido al margen de las obligaciones sociales y he sido, como dice Luis Antonio de Villena, una especie de poeta oculto. Lo que pasa es que con el paso de los años son tantas las cosas que he hecho que salen por ahí a pesar de mi timidez.
- ¿Ha observado una evolución en los temas que protagonizan sus obras desde que comenzó a escribir? ¿Diría que hay etapas distintas en su obra?
Yo soy hijo de una época de la poesía culturalista, de los años ’70. Y he escrito mucho inspirado en la literatura que leíamos.
Soy un enamorado de la cultura alemana y, si lees mi primer libro (La propia vida), verás que ahí aparecen muchísimas referencias de la cultura alemana que me han llevado a escribir poesía.
Otra de mis grandes fuentes es mi pasión por la cultura clásica. Por Grecia. Ya no me da vergüenza decir que la primera vez que fui a Grecia y vi el Partenón, me puse a llorar desesperadamente. Ni yo mismo me creía ese sentimiento convulsivo que formaba parte de mí.
Estas dos fuentes están claramente en mi primer libro.
Sin embargo, mi segundo libro no es nada culturalista. Fue un libro desgarrador de un desamor. Yo me enamoré perdidamente y me desenamoré horrorosamente. Yo seguía colgado de un físico, pero odiaba profundamente a la persona que había detrás.
Cuando me fui a la universidad a Galicia, descubrí el Atlántico, la fragosidad de los montes gallegos y la naturaleza entró en mi poesía y escribí “Estación marítima”.
Después escribí “La Isla”, y la publiqué en Valladolid, donde ya llevo 23 años. Y este es un libro más metafísico, de los problemas del vivir. Y después de ese libro, estuve doce años sin publicar.
Y entonces publiqué Animales despiertos, que es mi libro de madurez. Donde ya aparecen otra vez elementos culturalistas, elementos personales porque aparece también un poema de amor muy fuerte y poderoso.
Y después publiqué otro libro que fue seleccionado para el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de poesía: El sueño de una sombra. Ese libro es ya un libro de madurez, de reflexión del vivir. Es otra cosa diferente.
Los temas de mi poesía son siempre muchos y siempre uno: yo.
- ¿Cómo diría que le ha afectado la pandemia? ¿Ha escrito más o han cambiado sus inquietudes?
Para mí la pandemia ha supuesto una inquietud que sigo teniendo porque todavía no me han vacunado.
Pero, en cuanto a lo demás, no ha significado absolutamente nada. Yo siempre he vivido confinado por voluntad propia.
Lo significa en el miedo, dada mi edad. Me inquieta la pandemia que afecta tanto a la gente mayor. Pero en cuanto a mi modo de vida: yo he vivido confinado toda mi vida por gusto.
- ¿Cuántos idiomas habla?, ¿cuáles?
Yo no diría que hable un idioma, prefiero ser prudente y decir que me manejo. He estudiado mucho tiempo alemán, he ido mucho a Alemania y a la Suiza alemana. También francés porque se estudiaba en bachillerato en mi época.
Como me he movido mucho por todas partes y soy un forofo de la ópera, también me manejo con el italiano. Si no me sé 25 óperas de memoria, no me sé ninguna. Con lo cual, cuando los italianos me escuchan, piensan que están hablando con un señor del siglo XIX.
Estudié en Barcelona, con lo cual el catalán también es una lengua en la que leo habitualmente.
Estuve ocho años en una universidad en Galicia, lo que me permitió aprender bien gallego y de paso portugués. Y también estudié inglés, pero es la lengua que menos domino.
Y también las clásicas que se estudian, latín y demás.
- Además de escribir poesía, también traduce poesía al castellano. ¿Considera que en la traducción de obras literarias hay una pérdida del sentido original?
No me dedico a la traducción. La hago por gusto de vez en cuando. He traducido poesía, pero siempre por gusto. No acepto encargos. Nunca he sido traductor. Yo he sido amante de unos textos que he tenido el gusto de traducir a mi lengua.
He traducido bastante a un poeta alemán ya olvidado. Tengo un amigo alemán que me decía “pero David, si aquí en Alemania ya ni lo leemos”. Pero fue muy importante. Murió muy joven. August Von Platen. Uno de los grandes. He traducido los “Sonetos venecianos y otros poemas” y hace poco traduje parte de sus diarios “Memorandum de mi vida”, mi última traducción en 2019.
También traduje para Luis Antonio de Villena, para una antología muy grande que hizo a Platen, a Fernando Pessoa, a Fassbinder, Hahnemann y Detlev Meyer.
En toda traducción hay una pérdida inevitable. Y no solo hay una pérdida, sino que cada cual leemos y entendemos lo que entendemos. Es más, yo que ahora ya tengo una cierta edad, y releo, aun en español, lo que leí entonces y lo que leo ahora, no tiene nada que ver. Por eso la importancia de una traducción.
Lo importante en una traducción es que el sentimiento que experimentas con la lectura, seas capaz de transmitirlo con un texto escrito a los posibles lectores.
Por eso un filólogo, por mucho inglés que sepa, no puede traducir a los poetas ingleses. Sabrá mucho de inglés, pero ignora la escritura poética.
- ¿Qué les diría a los asistentes de su ciclo?
Les invitaría a acompañarme en la charla que tendremos Enrique, Ángela y yo. Les diría que si se aburren en un momento determinado, lo tienen fácil. Desconectan y ya está. Con esta tranquilidad les invito a que se enganchen y a ver qué pasa.