La escritora Lucia Berlin, aunque de sonoro nombre español, era estadounidense. Y aunque murió hace trece años, su libro “Manual para mujeres de la limpieza”, arrasa hoy como si acabara de descubrir las librerías. Es un libro de relatos. El título, ya de por sí, es una garra que atrapa. MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA ¿Qué manual puede necesitar una señora de la limpieza? ¿Qué puede decir una escritora a esa mujer de trapo en mano, a quien nadie, ni una sesuda catedrática, ni siquiera un catedrático, se atrevería a dar lecciones? Así pues, antes de abrir el libro, el título ya ha inoculado la curiosidad al lector. La seducción, relato tras relato, de los cuarenta y tres que contiene, no decae.
Para no aburrir, analizamos tan solo el primer relato, Lavandería Ángel, pues en él se rebelan las características de la escritura de la autora tan pronunciadas como en otros cuentos.
Lavandería Ángel trata de una profesora de universidad que lleva una prenda de colores a la lavandería del campus pero ve un cartel en ella que dice TERMINANTEMENTE PROHIBIDO LAVAR PRENDAS QUE DESTIÑAN y va en busca otra lavandería. Por fin, al otro extremo de la ciudad, encuentra una con un cartel amarillo que dice AQUÍ PUEDES LAVAR HASTA LOS TRAPOS SUCIOS, es la Lavandería Ángel. Como puede verse, a L. B., humor no le falta. Lavandería Angel es una de esas lavanderías colectivas de barrio, con el suelo siempre encharcado de espuma, completamente diferente a la pija de la universidad, con aire acondicionado, rock melódico en el hilo musical. New Yorker, Ms., y Cosmopolitan. Pues bien, la protagonista vuelve una y otra vez a esta lavandería donde se siente a gusto tanto por la gente que allí conoce, como porque le recuerda emociones de otra historia que le ocurrió en otra lavandería de Nueva York, también de barriada, donde ella llevaba a lavar los pañales de sus críos pequeños. La autora zarandea constantemente al lector con este tipo de contrastes haciéndole saber de manera muy visible,  que el mundo no es homogéneo. Hay un mundo de gente acomodada, y hay otro, el de los desasistidos, donde late el drama. Y ella toma posición: prefiere la lavandería de barrio que es donde se producen encuentros sorprendentes.
La acción principal trata de la relación que se establece entre esa profesora que sale del campus universitario y Toni, un indómito indio que también lava allí. Mientras la lavadora hace su trabajo, se sienta al lado del viejo apache.  “Un indio viejo y alto con unos Levi´s descoloridos y un bonito cinturón zuni. Su pelo blanco y largo, anudado en la nuca con un cordón morado”. Con estas frases comienza el relato. De entrada, es un tipo interesante. A partir de ahora ningún lector podrá sustraerse a seguir las peripecias que sucederán entre estos personajes dos cada vez que se encuentran en la lavandería. El tipo, de exótica e interesante apariencia, sin embargo, bebe. Hay días que está tan borracho que es ella la que tiene que meterle la moneda en la ranura porque a él le tiemblan las manos. Pero L. B. da una vuelta de tuerca al humor riéndose de las máquinas automáticas cuando dice que para ponerla en marcha sobrio ya es difícil. Has de girar la flecha con una mano, meter la moneda con la otra, apretar el émbolo, y luego volver a girar la flecha para la siguiente moneda, con lo que, de paso, disculpa al indio borrachín. Este, como muchos de sus personajes, en un hombre contradictorio, en absoluto plano. De él sabemos que su mujer trabaja limpiando casas y que de sus cuatro hijos, uno se ha suicidado y otro murió en Vietnam. Pero también sabemos, según dice él mismo en una ocasión mientras bebe oporto, que “Soy el jefe de mi tribu”. Y, cuando pasados los días y hay más confianza, le pregunta a ella: ¿De qué tribu eres tú, piel roja?, ella responde: ¿Sabes que mi primer cigarrillo me lo encendió un príncipe? ¿Te lo puedes creer? Así se las gastaban. Por parte de ella no es un farol. Al final del  relato, cuando, tras muchos días de coincidir en el lavado, él apache le ha transmitido el fiero orgullo de su raza, y, cuando ya ella encuentra en el espejo de la lavandería sus ojos azules, bellos, recuerda el tiempo que a bordo de un yate aceptó el primer cigarrillo y pidió fuego al príncipe Alí Khan, que a su vez contestó “Enchanté”. L. B. rompe, como hace siempre, prejuicios obligando al lector a reflexionar sobre qué hace sentirse a una persona principesca o a considerarse jefe de tribu.  Por otro lado, ¡con qué elegancia describe el ligue, o intento de ligue, entre el indio y la profesora de universidad! Mientras las lavadoras lavaban, ella narra, él me propuso que fuéramos a echarnos en su furgoneta y descasáramos juntos un rato, y responde ella señalando el cartel de enfrente: NO DEJEN NUNCA LAS MAQUINAS SIN SUPERVISIÓN. Los dos se echaron a reír sentados en las sillas de plástico unidas.
Destaco, por resumir, algunos de los recursos que utiliza la autora para hacer tan atractivos sus relatos:

  • Manejo de un humor fino. No desternillante sino de los que te sacan una sonrisa después de leerlo dos veces. Como cuando Toni le da tres monedas de diez centavos para que ponga en marcha la lavadora porque le tiemplan las manos y ella dice: Al principio no entendí, estuve a punto de darle las gracias.
  • Detalles muy concretos, muy precisos, muy originales. Y esenciales: no están solo para decorar sino para definir la situación y los personajes. Unas cuantas pinceladas pero tan bien elegidas que te sitúan en un mundo rico en relaciones, emociones y diferenciados puntos de vista.
  • Utilización de los contrastes para visibilizar la otra cara de la moneda que coexiste en cada personaje. Esa mujer, la del relato, que actualmente tiene una vida acomodada ha vivido en situaciones muy diferentes: ha paseado en yate de príncipes pero también ha lavado pañales en lavanderías de barrio. La autora nos hace saber en lectura oculta que, gracias a esa riqueza de experiencias vitales, los protagonistas de sus cuentos se quitan el velo de los prejuicios y consiguen hacer fulgurantes relaciones con personas aparentemente triviales y en escenarios normalitos como puede ser un indio norteamericano en una lavandería colectiva.
  • O contrastes entre unos personajes y otros. El opuesto al indio es Ángel, el dueño de la lavandería que también fue alcohólico pero después de rehabilitarse solo ha quedado de él un hombre bonachón dispuesto a salvar almas. Un día que el indio está tirado en el suelo, completamente ebrio, va Ángel y le dice, sé exactamente cómo te sientes; y Toni, sin abrir los ojos, piensa, cualquiera que diga que sabe cómo te sientes es un iluso.
  • Ausencia de linealidad en el desarrollo de la acción: avances, retrocesos, intercalación de otras historias. Y tan bien llevada que sirve perfectamente para transmitir intrepidez, velocidad, complejidad.

Con Lucía Berlin cualquier cosa menos aburrimiento.
Artículo firmado por: Amparo Pozo Calvo.