La boina ha sido la prenda por excelencia de los bohemios parisinos y da ese toque tan peculiar al que la viste. En Escocia forma parte de la vestimenta oficial. Pero ¿y nuestra boina, la que llevaban tíos, padres y abuelos? ¿Dónde ha quedado? Un complemento tan original no se puede dejar perder por el significado tan profundo que tiene en nuestros recuerdos.
Es cierto que a veces, por causas que todos sabemos, vemos una boina calada casi hasta las orejas y nos viene a la memoria la imagen de algún humorista o de un hombre de pueblo arrugado, cerril y aparentemente ignorante, y digo aparentemente porque la sabiduría que albergaba su juicio no la he vuelto a ver. No olvidemos que debajo de esa boina se encuentra la mayor parte de las veces a nuestra gente, ya sea el abuelo, el padre o ese paisano del pueblo, hombres curtidos por el sol abrasador del verano o por el frío gélido del invierno del Cerrato, del páramo o montañés, sabios o menos sabios, pero duros, orgullosos de su tierra, de su gente y de esta Castilla tan rica en sabores de su historia.
¿Se puede soñar con ver a nuestras mujeres y hombres volver a redimir esta prenda? Yo lo he hecho contemplando a Lauren Bacall en El sueño eterno junto a Humphrey Bogart, o a Faye Dunaway en Bonnie and Clyde o a otros tantos personajes que hicieron de la boina un icono, algunos incluso un artículo imprescindible de su guardarropa, y resulta impactante, os lo aseguro, porque si observamos la boina con ojos bonitos, se transforma en elegancia, en personalidad, en costumbre, en tierra de Castilla o allende del mar, en nuestras ciudades y pueblos, en reconocimiento a aquellos que nos dieron lo mejor de sí mismos en el cine o en la novela, en el teatro o en la calle, en la vida o después de su muerte, en esas fotos familiares de la que tan orgullosos nos sentimos. “Éste es mi abuelo, un tipo rudo, currante, dadivoso o austero, según se terciara la economía, que sacó a la familia adelante junto con la abuela”. “Este es don Pío Baroja, nada más y nada menos”. Y es que esta prenda está en nuestros genes, es universal, a veces imagen idílica para la posteridad, otras olvidada, pero yo hoy me quedo con la primera y, sobre todo, con esas mozas o mozos de la edad que sean que la hacen suya, de color rojo, negro o marrón, de todos los colores, ensalzando su inteligencia, su belleza o su singularidad.