ACTO DE INAUGURACIÓN CURSO 2021-2022

Antes de que mis palabras vayan desgranándose en esta tarde al filo de un verano más,  donde el reencuentro,  que aún camina de puntillas, se vuelve prodigio, regalo, milagro y don, antes de nada digo, quisiera que nos felicitáramos por podernos mirar al menos a los ojos, estar juntos, hacer piña, volver atrás, salir de la guarida del “Yo” impuesto por la naturaleza, ella que es tan hermosa pero a veces tan feroz… Y os doy las gracias de corazón por estar hoy aquí, presencial o digitalmente, en este querido Ateneo que ha sufrido como todos el azote de la enfermedad, la muerte y la destrucción, de tantos sueños recién estrenados. Los ateneístas  resistimos como mejor pudimos a través de las pantallas. Pero no es lo mismo. Lo sabéis. Los sueños son de carne, de suspiros, de cercanías y tienen sus olores y también sus sonidos.

A Enrique le agradezco de verdad que me haya ofrecido este pregón: yo se lo dedico al Ateneo y en especial a ti, Enrique, por tu abnegada labor, tu talante cercano, conciliador y generoso, tu amistad siempre cariñosa y tu gran tarea al frente de  tus cometidos. Gracias Enrique.

El tiempo un día se detuvo. Posó sus alas negras sobre el mundo, y rasgó el velo con el que la historia cubre sus azares con un escalofrío, que un día se estudiará en las wikipedias.

2020 tuvo desde su nacimiento, algo de oráculo triste, de trayecto bajo, una luz distinta. Recuerdo a mi madre que decía: ¡qué raro es este enero, qué extraño, no sé, como distinto…! Y hasta llegué a percibirlo como algo sonámbulo y desierto, del  color amarillo de los símbolos!…

Bueno…, yo me decía: los más viejos tienden a ver signos que no son, acunan de tanta soledad, extraños desencantos, pulsan el horizonte como si atisbasen sus secretos porque están acostumbrados a saber sin saber, o quizás a prevenir las pequeñas catástrofes del día, o a ver el envés de la felicidad…

Mientras tanto los jóvenes- el pecho rebosante de futuros- no sabrían que se estaba gestando algo desconocido e imposible en un mundo a punto de desmoronarse y que seguramente supondría el fin de una era.

 

                        “Nuestros padres soportan sobre el vientre

                        ruido de cremalleras que separan

                        el siglo XIX del siglo XXI…,

esto decían unos versos de Raquel Lanseros, ya hace unos años,   en esta imagen soberbia, como una premonición.

Si. La cremallera que durante el siglo XX iba lentamente cerrándose y que unía y separaba al mismo tiempo en dos partes definitivamente,  un gran periodo de la historia del mundo, hizo su “clic” final. CLIC, se acabó.

Empieza otro capítulo.  

En ese enero nos iban llegando como gotas de hiel,  noticias de muy lejos, de un tono remoto y tan asiático y con un nombre tan egregio y rimbombante, que no podía ser de forma  ninguna,  algo que fuera a vulnerar la paz de nuestros días. Parecía tan solo, una clase de gripe que  resultaba rocío de leyendas en los telediarios.

Terca es la estupidez, y también la alegría.

Enero solo fue el dedo índice que apuntaba a un eclipse de sol reservado en un laboratorio, una desconocida sima, un terror inquietante y un no saber nada de nada de ese bullicio de luces y de sombras.

El tiempo pasaba y todo se convirtió en una maraña de golpes, en una insólita y tupida desesperación. Pero no se detiene el día, y por tanto, pasaban uno y otro sobre acontecimientos, noticias, desmentidos, datos y números, palidez en el rostro de los políticos y de los domesticados.

De pronto sucedió una especie de embargo de las certidumbres: el mundo sucumbía en su trayecto a una nueva peste que pronto lo convirtió en un enfermo crónico.

Entonces…Ay de la libertad, ay de la compañía, del encuentro, del capricho, ay del ruido, del abrazo… Todo quedó sepultado en este momento de la travesía  y en todos los rincones.

El orbe, atónito, esperó con paciencia recuperar los tesoros perdidos, en dos o tres semanas:” Urge volver al mundo con prisa. La tierra está llorando y en silencio. Sólo se escuchan cantos de sirenas, y  no las de Ulises precisamente. A ver si en dos meses esto pasa, y llega el verano…”

Pero fueron cayendo como frutos maduros de los árboles los más mayores: conocidos, familiares y amigos, y en fría soledad, en los grises abrazos de las pérdidas que a la muerte le son indiferentes.

Espectadores ebrios sólo de noticiarios,  escondidos tras la escarcha del miedo, íbamos resistiendo…

Lo demás es historia. Pero la tierra sigue y sigue llorando la silente manaza de la muerte, el infarto de las economías, la burla del destino, el ardid traicionero de lo que no se nombra o no se sabe, o quizás nadie quiera saber…

Entretanto seguimos viviendo entre oscuros fantasmas, entre rutinas cambiantes y una tristeza de mascarilla y miedo, que ha roto la espontaneidad de la calle, el curso de las estaciones, las fiestas entrañables  o quizás algo más profundo y sutil, pues la felicidad se ha quedado a la izquierda del cielo.

“Ruido de cremalleras que separan el SXIX del S XXI”… extraordinario ese  sonar de alguna cerradura que  iba apagando luces poco a poco sin apenas darnos cuenta, durante los primeros 20 años del siglo XXI. Ahora,  por el puente desgastado del tiempo, entre el antes y el después, estamos en la otra ribera indescifrable aún, recóndita en el puño del futuro.

El horizonte sigue siendo hermoso si lo contemplas con una lección aprendida, esa que meditamos cada uno detrás de las ventanas en los días aciagos. Pero también muy inquietante.

Mi madre se fue este año, el día de los enamorados. Allí la esperaba mi padre con una rosa temprana y un poema que cultivó para ella en el tiempo de la espera. Estoy segura. Por ellos, siempre mantengo un pedazo de fe en ese paraíso que espero sea verdad. Madres y padres que se han ido en silencio, dejando tantos huérfanos de repente esparcidos por este mundo unido en el dolor.

Sin embargo, al irse, las madres (que las madres no se van)…  te dejan algo siempre para poder resguardar el misterio que encierra la alegría: una estrella titilando en el cielo, el recuerdo de sus manos amigas o el silencio discreto ante el dolor. Pero sin ellas descubrimos  que nos han dejado una cosa más. Una valiosa joya en un cofre de mística austeridad: el amor de Palencia, por ejemplo.

Su abrazo recio y caliente como de trigo al sol.

Su abrazo de madre tierna acogedora, clara, y austera de palabras; un abrazo de lumbre castellana, de llana reciedumbre,  donde los palentinos descansamos, respiramos, nacemos y morimos, plácida y sencillamente.

Palencia , este dulce apartamento mirando el océano celeste, donde cielo y planicie se confunden como si fuese un mar,  una extensión como las palmas de la mano abiertas, un lujo para el alma: Más bien : Es nuestra alma en sí misma, la tuya y la mía, la de los palentinos que callados y discretos, construimos la vida tal como debe ser…Atados a la tierra que nos lo enseña todo, vivimos conformados, sin cantos de sirenas- esta vez las de tantos  Ulises liados en mástiles de ensueño y de locura- a nosotros de pies en tierra, de justa palabra, a nosotros que nos rige divinamente la cuenta de la vieja, el páramo, la inmensa claridad de una extensión …recuerden el verso de M H  (no hay extensión más grande que mi herida) a nosotros, que vemos nítidos los confines que bordean  las cosas, palentinos castellanos que estamos a lo de comer , sin que  olviden la importancia de su origen , y solo buscan ser fieles a sí mismos, sin peleas  ni pretensiones oníricas y estólidas.

Somos España y somos Castilla y somos Palencia. Y ahí se acaban nuestras pretensiones. Es emocionante. Tierra que no rechista nada y lo resiste todo.

¿A veces nos quedamos cortos? Es posible… será de soñar, de mirar adentro y cantar callados; no hay defecto sin su virtud contraria y al revés.

Será esa costumbre de murmurar en solitario penas y añoranzas, olvidos y  atropellos, modestia y silencio, será por ello el motivo de tener una  cantera de poetas tan excepcional que demuestra que aún nos sobra un tiempo  para meditar, profundizar, sentir, cantar, llorar y ser felices. Educados por una madre serena que también nos enseñó a resistir el frío.

Palencia madre de poetas, a ti nos abrazamos, en tus claras palabras nos perdemos, a ti los que están fuera vuelven y en ti se reconfortan.

            Eres la calle limpia, los verdes aledaños donde cantan el río y los pájaros dorados por el sol.

 Eres la amante tierna de las noches limpísimas  de lunas y de estrellas. Nos das el pan.

 Bebemos de la paz de tus rincones y tus puentes.

Vestimos de tus piedras ancestrales. Dormimos al amparo de tus noches, bajo sus astros y el acorde lejano de una vieja campana.

Soñamos refugiados en las manos del Cristo que nos vela, mientras la Virgen callejera guarda nuestros portales.

Palencia, nuestra memoria. Aún hueles a mies, y a cereales blancos. A la sombra y el sol que separados por esa  raya de las cosas tangibles, hacen del verano dos versiones, en azul y amarillo.

Palencia que un día de niños recorríamos de un lado a otro del rio, o desde el Tercer Barrio hasta la Carcavilla, sin carnet ni permiso más que la hora impuesta en casa de los padres.

Qué dulce libertad, la del bien sentado en las veredas del día, los ojos de una madre recia y bondadosa, que criada en descarnados cerros, nos daba remolacha y miel, en piedras y caminos donde el agua apenas nos asoma entre los capiteles romanos y  arcos visigodos, y apenas limpia el sucio murmurar de los cencerros, mientras tus hijos se aplican sin quejarse a la tierra sembrada o al rastrojo, y descansan de pie un rato bajo un álamo.

Palencia sembradora, agrícola y mística. Tierra de poetas de versos universales en los que todo quedó dicho, eso que es indiscutible, rotundo, señorial como lo son las verdades, como azadas en cada secarral y en los barbechos sedientos,

Buscando cada fruto como se busca el sentido de la vida, a golpe de latidos, y si no escuchen ustedes otra vez estos versos grandiosos:

Este mundo es el camino

Para el otro que es morada

Sin pesar;

Mas cumple tener buen tino

Para andar esta jornada

Sin errar.

Partimos cuando nacemos

Andamos mientras vivimos

Y llegamos

Al tiempo que fenecemos;

Así que cuando morimos

Descansamos.

Ved de cuán poco valor

Son las cosas tras que andamos

Y corremos,

Que en este mundo traidor

Aun primero que muramos

Las perdemos.

De ellas deshace la edad,

De ellas casos desastrados

Que acaecen,

De ellas por su calidad,

En los más altos estados    Desfallecen…

 

Así amaneció un día en la cuna de los poetas palentinos, el más excepcional: JORGE MANRIQUE: Magistral, eterno y universal, JM nos dejó sus coplas: serio, sobrio, realista profundo, donoso, clarividente… Perfecto. No ha sido nunca superado, pero sí creador de un estilo e inspiración indiscutible para esta fuente caudalosa de poetas nuestros. Todos amando a Palencia, y fieles al sentido humano y espiritual de Manrique.  Siempre la claridad del verso, la sobriedad en el cariño, la eternidad en el alma.

Estos versos memorables, los tendrían que aprender de memoria los niños en la escuela,  sacar su sentido como un abecedario para saber vivir. Y saber morir. Su aguda inteligencia y su asombrosa ética y fe, no puede ser más educativa, pero claro, debe de considerarse rancio por los expertos actuales, y más cosas que no vienen al caso.

Y así empezó la racha de los hijos que parió esta tierra, y de los genes que nos sobrevuelan, para orgullo de todos nosotros. Por eso, hoy quiero homenajear a Palencia a través de uno de sus frutos más preciados: nuestros poetas.

A ellos dedico hoy mis palabras porque su alma palentina esta fundida siempre en cada verso que nos regalaron, y hoy vuelvo a recordar aquí su perfume, esa reflexión directa al alma enamorada de la tierra.

 

Mi primer recuerdo es hoy, con todo mi cariño, al querido y grande en tamaño, alma, y verso Carlos Urueña:

 

NOCHE DE SAN JUAN EN LA PLAZA MAYOR

                                    La noche de San Juan con el aroma

                                    del tomillo, convoca la primera

leyenda del amor, donde se asoma

el tiempo de estrenada primavera.

 

La noche es una fuga de canciones

y el vino en vertical levanta el brazo,

en el baile se aprietan corazones

y ensayan el poema del abrazo.

 

Noche de expectación para un poema

con ansia enamorada como un beso

con impulso gozoso, porque quema

el aire de la noche ya sin peso.

 

El trébol y el amor. Cuarto menguante.

La hoguera agonizante ya vencida.

La música termina en consonante.

La noche es una fuga de la vida.                                                                                                                               CARLOS  URUEÑA

 

 

Y ahora al maestro, que está entre nosotros y por largos años y que junto a mi padre presidieron y todavía presiden lo mejor de la poesía de su generación: Marcelino García Velasco, que en estos preciosos versos llenos de la mejor inspiración popular, canta a Palencia y su provincia: el Carrión, la montaña, sus pueblos:

 

LAS AGUAS DEL CARRIÓN

…Los sonoros nombres altos

que en sus riberas crecían,

ni el Duero, con ser el Duero,

tan altos nombres decía:

Vidrieros, Cardaño, Otero,

Velilla, fresca alegría

del río, Camporredondo

de Alba, tierra florida

de Villalba, abril canción

de Fuentes Carrionas. Cimas

de la palabra. Caliente

despertar de cada orilla.

Música varón que el viento

de memoria se sabía.

 

Los chopos de sus riberas

orgullo de ellos sentían.

 

Las nubes que por el cielo

sin detenerse corrían,

cuando el Carrión contemplaban

envidia al Carrión tenían.

Por ver sus aguas correr

su carrera detenían.

Y los chopos de otros ríos

que nunca al Carrión verían,

por gustar nombre tan alto

hasta el nombre cambiarían.

 

Por los álamos de España

el viento lo repetía:

como el agua del Carrión

ningún río la tenía.

 

                                                           MARCELINO GARCÍA VELASCO

Carmen  Álvarez nos deja este hermoso poema de Palencia y sus plazas;             

TRES  PLAZAS

Desde San Antolín, de tierra

al jardín de la Inmaculada,

siete siglos de altura, cripta y agua.

Siete siglos que cruzábamos

pisando solo baldosas blancas.

Unos santos perfumados de incienso

muy quietos y muy viejos

vigilaban.

El papamoscas daba las seis

los canónigos, en el coro,

cantaban.

En Cervantes la niñez

tuvo todos los juegos.

Hoy las arquivoltas

siguen trazando

su arco iris piedra,

las rosas ofrecen su cáliz al día

y perfuman la sombra

de los plátanos.

En la atardecida, las cigüeñas,

desde el pentagrama de tejas

componen su gótica melodía

y se dejan ver

desde las tres plazas.      

CARMEN  ALVÁREZ

Recordamos hoy también a Gabino- Alejandro Carriedo, en este

entrañable soneto:

 

SONETO  A  PALENCIA

Palencia, novia que la flor levanta,

Trigo se hace a la par que verde espino,

Dosel o luna de canción, camino

Ya manto leve en la ribera o manta.

¡Cuánta nube de azahar, Palencia santa

Sujeta luz de gladiador felino!

Corre a tus pies el agua: peregrino

Pasa el Carrión para lamer tu planta.

 

Color de viento que apareja agosto

Cuando trillase en haces la alacena

Donde el afán se cuece y se calcina.

 

¡Oh tú, la de pan blanco y dulce mosto,

Campos de paz para la sed terrena,

Torres de luz para la sed divina!.

                                   

                                                           GABINO-ALEJANDRO CARRIEDO

 

NUESTRA CATEDRAL

Carmen Arroyo, nos ofrece esta hermosa semblanza de Nuestra Catedral, joya de la que se dice “la bella desconocida”, y lo hace con profundo cariño.

“Creo que es un tesoro escondido a las miradas indiferentes y abierta a ojos ávidos de hermosura, que busquen deleite ante la belleza, inaprensible y exacta, de cada uno de los detalles que la integran. Perfección de líneas, esplendor y riqueza ornamental en crucero, trascoro, capillas, retablo Mayor, enterramientos, pinturas…Todo es imán que invita a recrear los ojos una y otra vez y a grabar el mínimo detalle. Cumple el dicho de ver para creer.

Nuestra Catedral debería llenarnos de sano orgullo. Quizás muchos consideren exagerado si digo que he sentido al contemplar, en silencio, ese estremecimiento que produce lo que excede a nuestra comprensión: El esfuerzo de miles de personas que a lo largo de los años pusieron esfuerzo, sabiduría, corazón y limosnas, para legarnos una obra de alabanza al Creador.

Tuvimos suerte de que los obispos palentinos, cumplieran sus deberes para con Palencia y no dejasen todo en Valladolid, como luego harían otros. Vemos así cumplidas las palabras de Antonio Machado : “No es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra”. Y ellos labraron con voluntad el gozo de nuestra Catedral.

En el año 521 el obispo metropolitano de Toledo nos dice que si Palencia no tenía catedral era debido a que El Señor prepara un obispo ordinario para vosotros…

Fue el primero Múrila y le sigue Conancio, del cual escribe S.Ildefonso en su “De viris ilustribus” que destacó en ciencias eclesiásticas y era varón grave por la ponderación de su mente, y por su aspecto de fácil palabra en la conversación , muy entregado a los ministerios de los diversos grados, y generoso, pues compuso y dio a conocer muchas nuevas melodías musicales. Redacto también con buen estilo una obra acerca del sentido de los salmos. Le siguen Ascárico, Concordio y Basualdo.                                                 

CARMEN  ARROYO

 

Y Julián Alonso nos pinta en este poema nuestra querida Calle Mayor:

 

CALLE  MAYOR

En lento tomavistas

repasas las fachadas

De la Calle Mayor.

 

El balcón olvidado

en que no reparabas,

la oscura galería

de los cristales rotos

donde reina el pasado

y la devastación.

 

Los atlantes de yeso

sustentando la tarde.

 

Te preguntas por qué

no te fijaste nunca

en aquella ventana

de raídos visillos,

el rótulo anticuado

de la ferretería.

 

Las repetidas placas

de “Seguro de incendios”.

Los números tachados

de los viejos portales

tenazmente cerrados.

Detienes tu periplo

en el escaparate

que la imagen refleja

de un ser desconocido

con tus mismas facciones.

 

Le miras a los ojos.

Piensas que la ciudad

envejece contigo.

                                                           JULIAN  ALONSO

 

Y de nuestro querido poeta que se fue pero los poetas no se van como hemos visto, este soneto precioso a su ciudad, a nuestra ciudad. Mi padre, José Mª Fernández Nieto deja en él su corazón y su profundo amor a esta nuestra casa.

UMBRAL

Entrad en la ciudad calladamente,

tocad su corazón tocando el mío

y veréis con que pulso con que brío

late todo su ser de puente a puente.

 

Pasead por sus calles, y en la fuente

de la Salud bebed su escalofrío,

haceros agua viva de su río

y corred al amor de su corriente.

Sabedla castellana, innominada,

vividla y olvidad que habéis vivido

para que la llevéis sin que se sienta.

 

Como la llevo yo, tan olvidada

tan amarrada a mí por el olvido

que la pronuncio ya sin darme cuenta.

 

                        JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ NIETO

 

Y para concluir, y con toda mi modestia, estos versos míos a Palencia escritos desde el mar…llenos de auténtico sentimiento,  pues de mis largos veranos en Cantabria la vuelta a nuestra Palencia siempre me resulta una experiencia extraordinaria. Un camino altamente poético en el proceso que va desde el mar y la montaña verdeazulados, al ocre y amarillo de nuestra tierra a finales de agosto. Estos versos de inspiración popular, tratan de cerrar con alegría este canto a nuestra tierra palentina y a algunos de sus poetas.

 

MAR  Y  TIERRA

Siempre que vuelvo del mar

Palencia me da ese abrazo

De madre que abraza el pan.

Siempre que dejo la mar

Me espera Palencia entera

Y desde la carretera

Me arrulla su voz ligera

Y me canta una habanera

Por si me pongo a llorar.

Y ese calor que me abraza

Me devuelve a la verdad

Del trigo y del otero

Del río y la catedral

De la tierra amarillenta

Donde un día abrí los ojos

Los de mirar y soñar.

Siempre que vuelvo del mar

Palencia sale a esperarme

Frómista a saludarme

Y el cielo empieza a cantar

Con su canción silenciosa

De mies y de eternidad.

                        Siempre  que  vengo del mar….

 

                                    SARI  FERNÁNDEZ  PERANDONES.