Ricardo Becerro de Bengoa es un personaje conocido, dada la existencia, en la bibliografía palentina, de varias reseñas biográficas, más o menos extensas, que inciden en su condición de profesor, labor periodística, vida familiar, etc… Recientemente ha vuelto a aparecer su nombre con motivo de la refundación del Ateneo Palentino, del que fue su impulsor en 1886.
Pero hay un aspecto que, seguramente, resulte desconocido para la mayoría, ya que no aparece mencionado en los escritos publicados que hacen referencia a su persona. Nos referimos a su actuación como concejal en el Ayuntamiento palentino.
Becerro de Bengoa estuvo vinculado al republicanismo desde su llegada a Palencia, participando durante el Sexenio Revolucionario (1868-1974) como capitán de uno de los “Batallones de Voluntarios de la Libertad”, milicias ciudadanas que trataban de sostener al régimen republicano recién nacido.           En 1875 se integró en la formación republicana que lideró Cirilo Tejerina, junto a otros ilustres republicanos palentinos como Casimiro Junco, Ramiro Álvarez, Santiago Sanjuan o Elpidio Abril. Esta formación se integró, a partir de 1881, en el republicanismo federal
 

 
 
En mayo de 1885 Becerro de Bengoa se presentó como candidato a concejal en las  elecciones municipales celebradas en mayo de ese año. Fue el segundo concejal con más votos, por detrás de Agustín Martínez Azcoitia, que obtuvo sólo dos votos de ventaja.
Su paso por el Ayuntamiento fue breve pues se incorporó el 1 de julio de 1885 y cesó a mediados de 1886, tras ser elegido diputado a Cortes por Vitoria. Durante ese tiempo ocupó el cargo de regidor síndico[1] y participó activamente en la comisión de higiene y sanidad, en un momento muy delicado para la ciudad, pues una nueva epidemia de cólera afectaba al país, aunque de menor virulencia que en ocasiones precedentes. Escaso tiempo para hacer grandes aportaciones, sin embargo hubo dos cuestiones en las que tuvo una intervención destacada: el cobro del impuesto de consumos y la actuación contra la epidemia de cólera.
El impuesto de consumos se cobraba a todo producto que se vendía en la ciudad, abonándose al ser introducido en la misma, por ello resultaban necesarias las murallas. El Ayuntamiento recaudaba ese impuesto del que una parte iba a las arcas del Estado y otra para el municipio, siendo éste el principal ingreso local. Como los Ayuntamientos no siempre ingresaban al Estado su parte, éste decidió recaudar directamente dicho impuesto, encargando la gestión a un contratista.
No gustó nada la decisión al Ayuntamiento palentino ya que, de esta manera, disminuían sus ingresos, presentando todos los concejales la dimisión en señal de protesta el 27 de junio de 1885.  Por su parte el alcalde comunicó que había ordenado “derribar la valla de madera que cerraba las eras del Mercado, y se han habilitado los portillos de Rizarzuela, Plaza de la Maternidad y Mercado, y se ha abierto uno nuevo en San Francisco, otro en el portillo de San Juan y San Lázaro, y otro frente a la Cárcel, y otros tres entre la plaza de león y el Puente Mayor. Se ha demolido también el fielato de San Lázaro para comodidad del batallón de San Juan de Dios”. Era otra medida de protesta, tratando de dificultar la labor del contratista del impuesto.
El 29 el gobernador convocó una sesión extraordinaria del Ayuntamiento que no se realizó al no asistir más que dos concejales. El 1 de julio hubo nueva convocatoria municipal, incorporándose los nuevos regidores recién elegidos, entre ellos Becerro de Bengoa, bajo la presidencia del gobernador, quien velaba por los intereses del Estado.
No se esperaba el gobernador que los nuevos concejales (la mitad, ya que el Ayuntamiento se renovaba por mitades cada dos años), tuviesen una participación activa. Pero así fue. Ricardo Becerro de Bengoa leyó, en nombre de todos los nuevos concejales, un alegato en contra de la recaudación del impuesto de consumos por parte del Estado. En él exponía que era el Ayuntamiento el representante de los contribuyentes y no el Estado, y que Palencia estaba al día en sus pagos. Teminaba afirmando: “He aquí pues las consecuencias del nuevo sistema que nos rije, matar de hecho el carácter administrativo propio que el Municipio debe tener; castigar a un pueblo que ha cumplido con regularidad sus compromisos económicos con el Gobierno, imposibilitar el desarrollo de las mejoras publicas y amenazar al vecindario entero, al contribuyente y al pobre con hacer más precaria su situación”.
A pesar de las duras palabras, los concejales manifestaron su compromiso para buscar una solución desde las instituciones, dada su condición de representantes del pueblo, sin recurrir a la dimisión del cargo. Puesto que mantener las puertas abiertas perjudicaba no sólo al contratista, sino a la ciudad al reducirse sus ingresos, además de favorecer el fraude, se acordó restituir el muro a su estado y cerrar las puertas, acuerdo que apoyó Becerro de Bengoa[2].
El 17 de julio de 1885 el cólera hizo su aparición, lo que supuso el aplazamiento del anterior debate, ante la necesidad de tomar medidas higiénico-sanitarias urgentes. Algunos concejales decidieron abandonar la ciudad, temerosos del contagio. Otros permanecieron en ella luchando contra la epidemia. Especialmente activos fueron Becerro de Bengoa y Felino Fernández de Villarán. Ambos impulsaron toda una serie de iniciativas para controlar la epidemia: la contratación de 3 médicos auxiliares más, que se unían a los dos con los que ya contaba el Ayuntamiento, el establecimiento de un hospital de coléricos en la sala de viajeros de la estación de San Lázaro y de un asilo en el antiguo cuartel de la Tarasca. Además establecieron una cocina económica, contrataron personal para vigilar la limpieza y desinfección de calles y viviendas, con permiso para entrar en los domicilios particulares. Varias instituciones eclesiales facilitaron camas, manta y ropa de abrigo. Por último decidieron suspender la feria de san Antolín de ese año, para evitar una propagación de la enfermedad.
Su actividad fu frenética durante el verano. El 16 de septiembre Becerro de Bengoa, comunicaba que desde el 4 de septiembre no había habido más casos de cólera y solicitaba se declarase el fin de la epidemia. Palencia se veía libre de peligro y para celebrarlo se decidió convocar la feria de  San Antolín, el día 26.
Un periodo breve, como hemos visto, pero intenso, al tener que hacer frente a estos dos graves hechos, en los que tuvo un papel destacado.
 
 
[1] Aunque este cargo carecía realmente de una atribución precisa, pues es un elemento heredado del antiguo régimen, cuando el regidor síndico era elegido por los ciudadanos (una minoría) y su papel consistía en defender los intereses ciudadanos en el Ayuntamiento, frente al corregidor y los regidores perpetuos.
[2] No por ello se dejará de reclamar que el impuesto de consumos se cobre por el Ayuntamiento algo que se conseguirá más adelante, aunque para esa fecha Becerro de Bengoa ya había abandonado el Ayuntamiento.