Vivimos unos tiempos de gran intensidad social y política. Cuando vas a opinar sobre un tema ya se ha pasado de actualidad. Te atropellan las situaciones. En estas condiciones si alguien busca una opinión, puede aturullarse, trastabillarse y, claro, pues pueden decirse baballades, que dirían en Asturies.
Así que para evitar estos males que asolan la faz patria, nada mejor que reflexionar sobre lo que, a mi modesto entender, subyace tras estos acontecimientos que acontecen y nos asolan de forma continuada con tal intensidad, que podrían obnubilar nuestros sentidos.
La pasión es buena nos permite avanzar, coger impulso, trasmitir ilusión, pero actuar apasionadamente limita obtener la reflexión suficiente como para convencer. A la pasión la reconocemos un valor añadido, pero no podemos hacer que defina nuestra acción a la hora de abordar decisiones de fondo. Ser apasionados en trasmitir no es malo, aunque limite alguna perspectiva, pero esas perspectivas que limita puede ser un límite para progresar.
Lo que acabo de hacer es una reflexión apasionada por la forma y el contenido: la dialéctica. Este pensamiento dialéctico es el que está perdiendo la izquierda, lo ocupa un racionalismo frío, casi… casi un racionalismo dualista tipo Descartes. La dialéctica como mecanismo de reflexión filosófico no es solamente marxista y ya los presocráticos, sobre todo Heráclito, lo empleaban con fruición. La dialéctica la incorporan Marx y Hengel al análisis de la realidad concreta y pasa a ser una de las señas de identidad de la izquierda intelectual que asume con pragmatismo la socialdemocracia.
La ola pragmática asola y prima el hacer lo que se puede, en el momento que se puede, porque además es lo que se debe y se espera que hagamos. Aquí se lapida la aportación de la dialéctica y se pasa a una caricatura de la socialdemocracia, piensa como puede, hace lo que le dejan y siempre mira de reojo para que el poder real no les sancione, para que esos poderes “pierdan el miedo” a la socialdemocracia. De tal suerte que colectivos de izquierda difunden que la socialdemocracia se transforma en el mejor gestor de la derecha. Con estos planteamientos, la socialdemocracia se desdibuja, se abandona la reflexión dialéctica y se incorporan posiciones dualistas radicales: “o conmigo o contra mí”. Paulatinamente va perdiendo apoyos: en las élites intelectuales porque no les atrae estos simplismos tan pragmáticos y cercanos al poder establecido; a las clases medias porque incrementan su desubicación, su desclasamiento y su conservadurismo al perder el “salario social” complementario; a las clases populares porque ven el abandono de sus aportaciones de clase y se les vende un ascenso social mimético con el de las clases dominantes con lo que se desmovilizan y pierden su confianza y su lucha.
Ya estamos en este marasmo indiferenciado, pleno de desorientación y donde se difunde el “todos son iguales”, pesimista y derrotista conclusión tendente a detener la movilización social y el proceso de reflexión. Parece que lo importante es hacer o tener, por ello se priman reflexiones aparentemente etiológicas acerca del “por qué” de las cosas, pero… se olvida reflexionar sobre las funciones que debemos desarrollar como sujetos y como sociedad, se abandona la reflexión del “para qué”. Aparecen pseudo-reflexiones, más o menos sofisticadas, que arrastran a supuestos pensadores politólogos y políticos en ejercicio hacia un vacío y empobrecimiento real, emerge la demagogia cuando hacen aparición la ampulosidad frente al rigor, el simplismo frente al análisis, el vociferío frente a la contención, el autoritarismo frente a la autoridad (concebida como autoritas), la inmediatez frente a la secuencia, el hacer por hacer frente al abordaje con prioridades, el querer tener la razón frente a la sensatez. Ya está desdibujada la acción política y, como consecuencia, el terreno abonado para la derecha, el poder ha conseguido su objetivo: vacía de contenido a la izquierda, le elimina su método de pensamiento dialéctico, le obliga a actuar sin fundamentos y la desubica en relación a las clases populares.
Este vaciamiento de método, de contenidos y de debate hace que los líderes se desdibujen y emerjan “salvadores”, surge el populismo que ocupa la reflexión por “lo que dice todo el mundo”, la sensatez por lo inesperado y oportunista, el liderazgo por el personalismo, el compromiso por la demagogia, la solidaridad por la caridad, los derechos por el sometimiento… Ya tenemos el populismo, sea de derechas o de izquierda, que anula el método y llena de contenidos a punto de caducar por la inmediatez y la falta de perspectiva
Recuerdo, con cierta nostalgia optimista, el inicio del mítico primer mitin de la izquierda en Madrid en Carabanchel, subió al estrado Tierno Galván y con ese tono profesoral, su movimiento de brazos y manos típico y los párpados medio caídos, inició su participación con “Podría hacer un análisis dialéctico de la situación actual, pero no sé si es el lugar y el momento oportunos”, aquella plaza de Vista Alegre se vino abajo con gritos de “Sí”… Tierno, el viejo Profesor, habló durante más de una hora y la gente estuvimos en silencio respetuoso. Al final una salva de aplausos rubricados con el canto de la Internacional, puño en alto, señalaba la unidad que los presentes demostraban con este tipo de reflexiones para aquel momento.
Quizá hoy es el momento de retomar procedimientos de pensamiento para que la población, los votantes y los militantes retomen este lugar y puedan añadir contenido a su reflexión, a su pensamiento, más que a defender acciones o actuaciones de “aquí te cojo, aquí te pillo, aquí te mato”. Esta segunda opción prima la discusión con más pasión que razón
J.L. Pedreira Massa
(Psiquiatra y Psicoterapeuta de niños y adolescentes)