ATENEO DE PALENCIA, 31 DE AGOSTO DE 2018, 20:00 HORAS

Gracias Marta y Miguel Ángel por vuestras palabras.

Déjenme comenzar con un poeta que me gusta: Joan Brossa, el poeta barcelonés; y además lo voy a intentar decir en su lengua, para que, y sin intención de avivar polémica alguna, poder defender una idea, que no una certeza ni un dogma: que lo catalán no es patrimonio de unos cuantos y sí de todos. Joan Brossa escribió un poema fascinante, titulado “Fi de cicle”, que termina diciendo algo bellísimo que desde que lo leí no me ha abandonado nunca: “El silenci és l´original / les paraules són la còpia”. Estos dos versos que tanto dicen, después volveremos con el silencio, hoy vienen a cuento porque, y esto es quizás algo que ustedes desconozcan, el original era hoy un gran poeta palentino, Fernando Zamora y yo soy la copia. Fernando Zamora, lamentablemente para ustedes, creo que está fuera de España y no ha podido acudir y yo que estaba por aquí, como pueden comprobar, he venido.

Y cuento esto precisamente, porque quiero agradecer por ello enormemente la invitación del Ateneo y en concreto de su/nuestro presidente Fernando Martín Aduriz, para salir hoy del banquillo. Ser el sustituto de un poeta al que he leído y siempre he admirado es para mí un honor que pertenece al espacio de lo increíble, aunque al final también pudiera ser, ojala no, presuntuoso afán. Quizás algo de la vanidad esté haciendo su trabajo y la vanidad, como me dice siempre Fermín Herrero, otro rapsoda, es al fin y al cabo de lo que viven los poetas. Así que vayamos al texto sin el mapa del tesoro.

Casi sin darme cuenta, casi como deslizándose suavemente, se ha ido conformando a lo largo de mi experiencia como lector y escritor de versos una forma de entender eso tan pedante, pero que nunca encuentro mejor manera de decirlo, que llamamos el proceso creativo. Escribir poemas era para mí un poco lo que dijo Rimbaud; recuerden “Je est un autre”, Yo es otro”. Quizás equivocadamente, he preferido creer que la fuente de los versos era ese desconocido que todos llevamos de compañero de viaje, porque nadie viaja solo, y que por tanto bastaba con dejarlo hablar, en un proceso íntimo de conversación entre el yo y el inconsciente que permitía desvelar algo de lo secreto, de esa oscuridad, o como mejor dice Martín Aduriz, de esa “nuestra externa intimidad”, que nos guste o no, todos albergamos. En cualquier caso, mejor la oscuridad que la transparencia tramposa. También lo ha dicho de otra forma Lorenzo Oliván en su ultimísimo poemario, acaba de salir, “Para una teoría de las distancias”; donde escribe: “en el poema, donde nunca el yo/ se sabe dónde empieza o donde acaba”. En definitiva nunca sabemos quién escribe. Si se dan cuenta, estamos entrando en el pantanoso terreno de intentar saber qué es eso que llamamos poesía, absurdo anhelo que Antonio Gamoneda considera una causa estólida. Exactamente dice: “lejos de mí de mí, la feroz tontería que es el intento de explicar la poesía”. Nos ha quedado claro Don Antonio pero seguimos.

De donde procede el decir poético, los versos, eso que llamamos poesía? Si es ese Otro, habla cuando quiere, no es previsible y en muchas ocasiones incluso se presenta hermético e incomprensible. Lo dice la gente, no entiendo la poesía, no entiendo lo que dicen, a veces se lo aseguro tampoco el propio poeta. Quizás sea eso tan extraño que denominamos inspiración, eso que dijo con tanto acierto Paul Valéry, de que el primer verso se lo debemos a los dioses y los demás al poeta. Y es cierto porque solo con la inspiración o con la emoción inicial, aunque son imprescindibles, no se hace nada. T.S. Eliot opinaba y creo que con buen ojo, que un buen poema era más el producto de la inteligencia que el de la emoción, ya que esta, debía ser posteriormente elaborada y retocada. Y Baudelaire compadecía y consideraba incompletos a los poetas que solo se dejaban llevar por el instinto. Así que parece que sentimiento inicial y el intelecto tutelándolo todo, podría ser la combinación adecuada.

No sé, siempre el no sé, que es la esencia de toda poesía. Ya ven, la poesía genera tantas dudas y preguntas que no tienen respuestas o estas son tan inciertas, que no nos queda más remedio que reconocer que se encuentra en el territorio opuesto al de las certezas y al de la lógica. Ya saben lo de Voltaire “la duda no es un estado agradable pero la certeza es un estado ridículo”. En definitiva, un enigma, un misterio que siempre se encuentra en el límite con lo que no tiene nombre, con lo que no se puede decir, y por eso es siempre un fracaso, porque intenta un imposible, decir lo indecible. Se lo aseguro, a veces, si encuentras las palabras lo pones peor; hay ocasiones en que simplemente es mejor dejarlo en la categoría de inefable y no escribir nada. Estamos como cita Gustavo Martín Garzo a María Zambrano en el filo, a punto de caer en el sitio de donde no se vuelve. En el lugar donde sangran las palabras por no poder decirlo todo. Quizás en el dolor, porque como asegura Eduardo Chirinos, ¿Qué es el poema sino el retorno de un dolor?. En el lugar donde todos los significantes tiemblan y se desgarran, eso que nos asombra.

Los versos presienten algo que no saben del todo. Tal es la naturaleza de lo que tocan, esos son sus dominios, lo que antecede a todo saber, a toda comprensión, sin la luz del entendimiento. En ocasiones, casi como un oráculo, se abren las puertas de estos territorios y el poeta debe presto ponerse a la tarea antes de que olvide las palabras que vinieron en su búsqueda. “No hay poema más bello/ que el que acabo de olvidar/ y duele”, dijo el poeta y es cierto que duele, cuando sin saber por qué, se esfuman las palabras que habían conseguido dar con el amargo don de la belleza.

Se me ocurre que si todo poema está en contacto con lo desconocido, con lo enigmático y si como parece, todo enigma genera el deseo de su descubrimiento, quizás la poesía sea esa forma tan sutil y amable de acercarse al secreto sin ahuyentarlo, protegiéndolo como Parsifal al santo Grial. La poesía, pienso que incluso la más realista, es enigma, casi como la vida de nuestro patrón, San Antolín, del que al parecer existen muchos aspectos que se desconocen.

No lo quiero olvidar, la poesía, la creación poética, es también un ejercicio doble: de espera y de silencio. Ambos por cierto poco frecuentes en estos tiempos donde la eternidad dura solo unos segundos. Esa momentánea eternidad se titula incluso la poesía reunida de la poeta Raquel Lanseros. De espera porque siempre hay que esperar a que algo nuevo surja, aparezca. Lo que Andrea Köhler denomina “la vacilación durante el proceso creativo”, o Franz Kafka, “el titubeo antes del nacimiento” y Nabokov “el primer latido, el primer estremecimiento de inspiración”. Esto es exactamente lo que le recomendó Vicente Aleixandre a Pablo García Baena, cuando este se quejaba amargamente ante el premio nobel de sus periodos de sequía poética. Le dijo algo fantástico: “escribe tu poesía cuando te nazca”. Al poeta le toca siempre esperar, como al enamorado, esperar a que le hablen los dioses.

También ejercicio de silencio, porque es normalmente en el silencio cuando eso diferente nace, eso que no estaba en la realidad, eso precisamente que un poeta si puede y sabe, debe trasmitir en el poema. Lo que hay de extraño, de misterioso, de profundo, de distinto y de secreto, de desconocido, también de invención. Eso que él ve, o siente, o percibe, o piensa; él y nadie más; aunque lo que esté viendo sea a un simple gorrión beber en un charco o a un perro muerto mientras llueve. El mismo silencio que también necesita el lector y que permite dejar espacio a otra voz. No puedo dejar aquí de citar a Benjamín Prado, estuvo hace poco en Palencia, dice: “cuando un hombre o una mujer dicen o escriben una palabra lo hacen siempre sobre un horizonte de silencio igual que quien imagina un árbol está obligado a imaginar un cielo o un fondo para verlo erguirse contra él”. El silencio, los silencios es y son una parte fundamental de los poemas y el buen poeta, que es consciente que esto es un asunto serio, sabe que debe cuidarlos. El silencio es el agujero que da sentido a todo, lo que no deja de no escribirse. Quizás la poesía sea precisamente eso, lo que el ser humano hace con su silencio. Incluso hay una poética surgida en los años setenta que se denomina así, poesía del silencio, de la cual en la actualidad, uno de sus principales exponentes es un poeta gallego al que admiro muchísimo y que les recomiendo. Se llama José Cereijo y en su libro Los dones del otoño dice “las cosas que importan / están siempre rodeadas de silencio” o “Nadie puede decirte,/con una voz tan íntima,/lo que solo en silencio se comparte”. Y cómo no vamos a citar a nuestro querido Antonio Gamoneda, ese verso terrible y magnífico al inicio de Descripción de la mentira, tras muchos años sin escribir, cuando dice “y no pude resistir la perfección del silencio”; lo de Joan Brossa del inicio. Hasta William Faulkner, el novelista que también era poeta, valoraba tanto el silencio que para él era la verdadera razón de escribir “prefiero el silencio al sonido; la imagen producida por las palabras ocurre en silencio”, dejo escrito. Y José Ángel Valente lo remató de forma magistral y definitiva: “un poema no existe, si no se escucha antes que su palabra, su silencio”.

Y el poeta en la ciudad, (como el psicoanalista en la ciudad). Estoy de acuerdo con Andreu Jaume en el estatuto público del poeta para salir a enfrentarse a su tiempo con la mayor ambición y sin muchos complejos, recogiendo como hizo Auden, todo el magma ideológico, político, estético y espiritual de la época que le ha tocado vivir. Estoy de acuerdo con la poesía como modalidad de lazo social que tiene en cuenta al otro, que tiende puentes con el otro. Y esto es necesario cada vez más, tender puentes digo, antes de que no existan ni las dos orillas, puentes antes de que nos los dinamiten, puentes, aunque estos sean tan frágiles que parezcan cristales tras la lluvia. Estoy hablando del poeta alejado del tópico del misántropo recluido en su torre con sus papeles y libros. Luis García Montero ha escrito, que el hecho poético, que debe dar un lugar al otro, necesita tanto del autor como del lector para realizarse, eso sí, y esto es precioso, borrándose un poco el autor para hacer habitable el espacio común creado. Para él, el conjunto está formado por poeta-poema-lector, si falta uno de los tres elementos la poesía no existe. Para él el hecho literario crea un mundo compartido convirtiendo a la Literatura en una suerte de metáfora del nuevo contrato social. Creo que los poetas tienen efectivamente una función social, aunque solo sea la de contarnos algo diferente sobre el alma humana, algo diferente a lo que nos dice hoy machaconamente la neurociencia y sus imágenes. Rescato aquí unos versos de Alfred Tennyson: “Qué demuestre la ciencia qué somos y después / que demuestre qué les importa a los hombres”. No está mal el reto para la ciencia si tenemos en cuenta además que lo escribió en el siglo XIX. Así que a pesar de su aparente inutilidad, no sería malo acercarse de vez en cuando a esto que llamamos poesía, porque como dijo W. H. Auden en uno de los poemas más importantes del siglo XX titulado “En memoria de W.B.Yeats”, “la poesía no hace que ocurra nada: sobrevive/en el valle de su concepción donde los ejecutivos/nunca se atreverían a meter mano”. Quizás solo por esto último ya nos merezca la pena aguantar a los vanidosos poetas.

Creo de verdad que al igual que en el caso de la locura en el que ya no existen grandes delirantes, grandes locos como el juez Schreber, en nuestra poesía hace tiempo que escasean los grandes poetas. Los Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Antonio Machado, Jorge Guillen, nuestro José María Fernández Nieto; creo que salvo honrosas excepciones, ya no existen poetas así. Casi todos hacemos ya una poesía menor, algunos muy menor; así son los tiempos; pero los poetas deben seguir existiendo, porque la poesía nos ayuda a soportar la existencia, es un refugio amable e ilustrado, como dijo Walace Stevens, nos ayuda a vivir nuestras propias vidas. La poesía es el mundo en su mejor lugar, según Jorge Riechman.

Estamos terminando, pero no quiero hacerlo sin decir algo de este nuestro querido Ateneo y de su relación con la poesía. En el Japón medieval, sobre todo en el de los siglos XIV y XV, existía una forma poética muy común y curiosa denominada Renga. El Renga consistía en hacer un poema entre varios poetas, a veces muchos, con versos encadenados. En realidad se trataba de llevar a cabo una acción colectiva, un poema conjunto, donde colaboraban distintas sensibilidades. Aunque la creación adoleciese comprensiblemente de falta de unidad, siempre solía destacar por su delicadeza y por dar lugar a la sorpresa infinita (como hoy, que íbamos a escuchar poemas y al final os ha tocado este turrón). Se lo aseguro, hay textos que así lo atestiguan, los poetas japoneses de aquella época, buscaban el Renga sobre todo para reunirse, para juntarse, simplemente por el placer de la cultura y simplemente para hacerse compañía sobre todo en las épocas más oscuras de enfrentamientos y guerras. Yo veo un poco así a este Ateneo, como un poema de Renga.

Estamos en plenas fiestas de San Antolín. Los poetas, ya lo saben ustedes, se han llevado siempre muy bien con la parranda, con el “carpe noctem”. Ángel González decía que por la noche, se iba a casa solo cuando no quedaba más remedio. No tan bien con la santidad, lo digo por nuestro querido patrón. Hay pocos poetas santos la verdad. Todos nos mandan sus versos desde el infierno.

Desconozco si he logrado dar el alguna diana, al fin y al cabo, esto han sido solo, como todas, palabras aproximadas y es conocido, que el decir de cualquier palabra, nos remite siempre a lo indecible en lo que se funda (Valente). Desconozco si es lo que ustedes esperaban, seguramente no. Pretendía que este pregón fuera como los tres pregones de Cernuda, ya saben, el primero era la voz pura, al llegar la primavera, el segundo era el canto, la melodía y el tercero el recuerdo, el eco, con la voz y la melodía ya desvanecidas. Espero entonces que cuando estas palabras se desvanezcan quede algo más que el simple aburrimiento.

Y termino, porque como dijo no sé quién, ya no cito a nadie más, una velada poética, y un pregón poético es casi lo mismo, es como una comida con la suegra, que aunque el estofado esté buenísimo, está uno deseando marchar. Y si me lo permiten concluyo con la lectura de tres pequeños poemas, no se me asusten. Quizás con las palabras anteriores se puedan entender mejor si es que hay algo que entender claro:

Viva San Antolín, muy felices fiestas y larga vida al Ateneo de Palencia. Muchas gracias.

Suspender por un instante
La palabra, todos sus sentidos
Suspender la mirada al mundo
Y dejarse contemplar por él
Y que sea él en esta aurora
Quien te diga algo de ti,
Que aún no sabías.

Así como la verdad
No resplandece cuando
Se mira y se cuenta.
Así la belleza,
Que el poema no alcanza
Cuando surgen las palabras.
El poema más bello
Es siempre el no escrito.

Paseas con tu perro
Vaqueros ajustados
Y un sol de junio
De tarde tras la lluvia.
Huele a lavanda, a
Delicado romero blanco
A noche intuida de verano.
Lo reconozco, no me gusta
La gente que tiene perro,
Salvo tú. Aunque
Sin el chucho
En este bello atardecer
Podría prometerte amor eterno
Ese que tú bien sabes
Que no existe salvo
Que te quites los vaqueros.