INTERVENCIÓN DE ÁNGEL D. MIGUEL GUTIÉRREZ 

Me preguntan muchas veces si soy de Palencia. Nací el 3 de agosto de 1955 en la casa que era de mi abuela en la calle Mayor entonces 103, hoy 45, a dos pasos de los cuatro cantones (el otro día, en uno de los pregones a los que he asistido alguien definió esa zona como el “corazón” de Palencia). Me bautizó, en San Miguel, mi tío que era cura y me colocó cinco nombres… (cuestión de devoción).

La familia de mi padre venía de un pueblo burgalés casi en el límite con Soria llamado Palacios de la Sierra y se dedicada al negocio de la madera.

Mi abuelo materno, era tratante de ganado y venía desde Valladolid a ver mi abuela, que según me dijeron era de una “buena familia” de Herrera de Pisuerga; para que le permitieran casarse con ella tuvo que raptarla para que recuperara la “honra” con la boda. Se trasladan a vivir a Prádanos de Ojeda donde nace mi madre, y más tarde a Palencia donde, tras morir mi abuelo al poco de acabar la guerra, pone un taller de costura en una casa de la calle Mayor donde mi madre crece y trabaja hasta su propia boda y en la que yo nazco y me crio entre los brazos de las aprendizas de modista del taller.

La ciudad, mi pueblo, tendría unos 45.000 habitantes, y de esa época poco recuerdo, tal vez una casa oscura, una calle Mayor vista desde el balcón, también oscura, una ciudad triste, de señoras de negro, siempre entre misas y rosarios. Lo único blanco era el casco del guardia que dirigía el tráfico en los cuatro cantones.

Soy el mayor de cinco hermanos (los cuatro restantes llegaron rápido) lo que supongo que era normal en esa época. Mi padre, más bien chapado a la antigua, trabajaba en el negocio familiar y mi madre, con poco más de 20 años, se ocupaba de la casa y de nosotros lo que no era fácil. A mí, que era el mayor y, supuestamente, el responsable de todos, me llamaban “picias” porque las debía armar cuando se descuidaban. El balcón lo usábamos para deshacernos de lo que no nos gustaba, a la calle iban sábanas, juguetes, zapatos (anécdota de “sombrero orinado”). Me gustaba hacer castillos con los muebles de casa. También recuerdo una radio enorme en la que conseguí subirme alguna vez, aunque bajarme ya era otra cosa, y en la que sonaban dedicatorias de canciones de amor, anuncios de colacao desayuno y merienda y de fino Santa Catalina para las ganas de comer… y también el Cimbalillo y el “Parte”.

Mi madre debió de pensar que lo mejor para mí era llevarme a un colegio de monjas para que me “domaran” y de esa manera acabé a los tres años en el colegio de Villandrando (recuerdos: “el primero de la clase”, flores en mayo, los cuadernos para escribir, etc).

Me acuerdo que mi madre nos llevaba de paseo hasta el Salón a pasar un rato jugando y, si éramos buenos, nos compraba, a la vuelta, un helado en “Farindondin” o en “Los 4 Hermanos”. A mi padre le gustaba mucho el circo y nos llevaba cuando venía a Palencia. Recuerdo el circo “Atlas” de los hermanos Tonetti, que lo ponían en un descampado que había donde está ahora el Colegio de Médicos, nos gustaban especialmente las fieras y nos reíamos mucho con los payasos que se metían con “esa señora tan guapa” que era mi madre. (recuerdo, me escapé al circo). También me acuerdo de cuando montaban las ferias en la avenida Cardenal Cisneros (el extremo de la ciudad casi), y la emoción de ver lo que venía o no ese año, y del caballito en que me subía mi madre, uno que tenía una flor en la frente. También recuerdo las tortitas con nata y caramelo del Palentino con que mi madre me premiaba en ocasiones.

Y los olores de mi infancia, el olor a cuero en la guarnicionería de Zacarías que había debajo de casa, y, sobre todo, el olor a madera cortada del aserradero de mi padre en el que me pasaba tardes enteras jugando entre o dentro de las torres de tablas y tablones para susto de mi padre que a veces no me encontraba. Y, hablando de madera, aunque fue más tarde, no se me olvida una de las veces en que mi padre me llevo con él en el camión a Bilbao a por árboles y fuimos al cine a ver una película en blanco y negro llamada “Sólo ante el peligro”, aún recuerdo la música.

Y después de un par de años me llevan a La Salle, a mi padre (que tenía unas tarjetas en las que ponía “industrial de esta plaza”) no le debía de ir mal en aquella época, ya que todos los hermanos pasamos por ese colegio salvo mi hermana que iba a las Angelinas. Así era entonces, los chicos separados de las chicas, como algunos quieren que sea otra vez.

De esa época se añade un nuevo aroma a mi memoria y era cuando volvía a casa desde el colegio y pasaba delante del bar Carranza (el actual Perico), en la calle Colón, donde me quedaba extasiado viendo -y oliendo- cómo hacían sus famosas gambas a la plancha. Puede que de ahí me venga mi afición a esas cosas. Allí cerca estaba el puesto de “La Perea” donde los domingos acudía a gastar la propina que nos daba mi padre a los hermanos (como era el mayor iba con los encargos de todos).

Al poco tiempo la familia nos trasladamos a una casa con jardín en el barrio de María Cristina con lo que aquel barrio, junto al parque del Salón, se convierte en “mi barrio” hasta los veintitantos años. En esa casa se oían, sobre todo de noche, los pitidos de los trenes que entraba o salían de Palencia; esos ruidos me hacían imaginar, soñar con viajes y desde entonces he asociado la figura del tren a movimiento, a conocer lugares lejanos. También recuerdo el miedo que me daba el sonido del tararú en las noches oscuras de semana santa, hasta que, ya más mayor, me atreví a asomarme a la ventana y me di cuenta que eran personas de carne y hueso y “bastante alegres”, por cierto. Los domingos íbamos a misa a la iglesia de Rocamador, muy pequeñita y que estaba en Modesto Lafuente.

Las cosas cambian, alternábamos el cine de la Salle los domingos con el Avenida que era una única sala, enorme, y al que íbamos con mi madre y nuestro correspondiente bocadillo cada uno a sus sesiones dobles. También íbamos en ocasiones a otros cines, en Palencia había muchos y, aparte de los que he dicho estaban el Castilla, el Proyecciones, el Otero, el Rey Don Sancho y más tarde el Don Santiago. Para bañarnos en verano el Sotillo ya nos quedaba lejos, así que íbamos a la Julia, pasando junto a una antigua fábrica de harinas, ya cerrada, y que me encantaba fisgar por las ventanas toda la maquinaria. Por desgracia ya no queda nada de todo esto, es una pena que ese patrimonio industrial de Palencia se haya perdido. También me acuerdo de las escapadas al “Bosquecillo” (por el puente de hierro bajando hacia la izquierda) que ya no existe y donde hacíamos cabañas y robábamos patatas a los hortelanos para asarlas.

Del colegio, de los 11 años del colegio La Salle, qué puedo decir. Desde 1ª a 3ª Elemental, se llamaba así, aún no existía la EGB, pasando por el curso de “Ingreso”, seis años de Bachillerato y el COU –fui la primera promoción que usó ese nombre en lugar del “preuniversitario”-. Muchos años.

En él transcurre mi vida desde la infancia hasta la juventud, época de claroscuros, poco a poco aparecen los amigos, algunas satisfacciones que da el conocimiento de las cosas y también la primera rebeldía contra las normas injustas y los dogmas impuestos, la religión abrumadora, la competencia, humillante casi siempre y satisfactoria y premiada en alguna ocasión. Y, a veces, bastantes veces, la represión, el castigo, los palos y las bofetadas (muy cristianas debían de ser, pero dolían igual).

Claro, esto es fruto de la reflexión a posteriori, pero así se educaba en Palencia entre los años sesenta y setenta del siglo pasado a los hijos de la burguesía, y yo, al menos de momento, lo era.

Porque en el día a día las cosas eran más simples. Ir andando sólo o con mis hermanos al colegio con cuidado al pasar por “la calle de los gitanos” (Empedrada), comprar alguna cosa en la papelería Colón (que olía de maravilla), procurar no llegar tarde ya que cerraban la puerta y luego te recibía el hermano “prefecto” (al que todos teníamos terror) frotándose las manos sádicamente dispuesto a la bofetada o castigo de turno -que podía ser estar una hora al frío en el patio. Saberte la lección para que el profesor no te diera en los dedos con la regla de madera o la bofetada si no traías una libretita con la firma de tu padre de que era consciente de tu falta. Y la rabia con las clases, odiadas clases, de filosofía que, al menos en mi recuerdo, podían resumirse en la demostración de la existencia de Dios según Santo Tomás de Aquino, basada en algún silogismo y en la que jamás se admitió duda, pregunta o debate alguno. Las cosas eran así y había que aprobar el examen, de manera que había que aprenderlo tal como venía en el libro y soltarlo después como un pavo (y encima pensaban que había copiado y sólo me ponían un 5). Y, en justicia, debo señalar a algunos profesores que me hicieron querer cosas como la Ciencias Naturales, las Matemáticas, el Dibujo o la Historia del Arte a pesar de su costumbre de ridiculizar a los que cometían faltas de ortografía (me tocaba en ocasiones).

Yo, hace ya tiempo que llegué a la conclusión de que allí se formaban personas de mente “controlada”, regulares de conocimientos, con una religión imbuida hasta la saciedad y con mucho de espíritu competitivo, pero poco crítico y destinados (creedme que nos lo decían) a dirigir la sociedad.

Bueno, que me he puesto muy serio. También teníamos vacaciones y en una ocasión fui jefe de escuadra en un campamento de la OJE en Somo (Cantabria), era lo que había y lo veíamos como un premio por sacar buenas notas, te tenías que apuntar y después seguir pagando las cuotas para poder entrar a la única piscina que había, la del Campo de la Juventud (mi madre no quiso pagar así que a bañarnos al río o a intentar colarnos si alguna vez el odiado portero de la piscina llamado “el cojo” no estaba).

También surgen las pandillas, primero en el barrio, donde, entre otras actividades, nos dedicábamos e saltar las verjas para robar uvas, peras, manzanas, melocotones, coger caracoles y salir corriendo cuando nos descubrían los dueños; la hogueras de san Juan hasta que la policía nos las prohibió; las peleas con nuestros “enemigos” de la calle Balmes a base de cantazos o con castañas de indias (cuantas veces me escalabraron, y no íbamos al médico, no, esperábamos a que dejara de sangrar para que nuestras madres no nos sacudieran otra vez). Y, según nos hacíamos mayores, la cantidad de horas que pasábamos con los amigos en el Salón, hiciera frío o calor, lloviera o nevara. Y el ir a buscar a la pandilla de chicas a la salida de misa de San Francisco los domingos. Los primeros enamoramientos; ya con 14 años todos “salíamos” con alguna y las llevábamos a veces a los coches de choque de la plaza Pío XII donde los traidores de los amigos nos dedicaban “Las flechas del amor” de Karina para ponernos colorados. Ellas se reían, aunque se hacían las ofendidas y nos decían “Para que me bajo”. Recuerdo aquellos amagos de guateques que hacíamos en “chamizos” (casas molineras viejas) que alquilábamos en la calle de los Pastores, con tocadiscos y muy poca luz para poder “meter mano”. Yo siempre pensé que era un poco soso y cortado para esas cosas, aunque ahora….

Y empezar a fumar (primero “Pipper” que era mentolado, luego… cualquier cosa). Las salidas por la noche, alguna borrachera, sólo alguna (me gustaba el coñac Magno, que era cosa de hombres e incluso con su ayuda me pasé alguna vez el puente de hierro por arriba).

No quiero ser injusto con mi madre y quiero agradecerle los discos de música clásica que iba comprando y sonaban en casa educando nuestros oídos desde pequeños además de los muchos libros (estaba apuntada al Círculo de Lectores) que yo me acostumbré a devorar pronto (recuerdo El Conde de Montecristo). Desde entonces los libros y la música ha sido para mí compañeros inseparables.

Y, con 17 años, me planto en la universidad. Los frailes, en el libro de COU, me aconsejaban Biología o Arquitectura “en Pamplona” ¡Qué manía con Pamplona! Pero acabé en Medicina. Entre otras cosas porque había facultad en Valladolid y transporte desde Palencia. Las cosas en la familia comenzaban a no ir bien.

Parece que la madera comenzaba a perder valor y tras un buen negocio (la venta del solar del aserradero para construir pisos frente al antiguo cementerio viejo) siguió una mala inversión (construir un nuevo aserradero más moderno alejado de la ciudad). Esa falta de visión de futuro hizo que la economía poco a poco comenzara a fallar y, tras la fase de una sociedad que construyó y explotó un garaje-lavadero de coches en el antiguo almacén de maderas familiar, el Garaje San Francisco que estaba, está, junto al convento de los jesuitas y en el que mis hermanos y yo supimos por primera vez lo que era currar lavando coches cuando podíamos para ganarnos un poco de dinero, mi padre pierde su estatus de “industrial” y sólo acepta un trabajo por cuenta ajena en un lugar donde no le conozcan (manda el orgullo). La familia (excepto yo que ya estaba matriculado en Medicina y sólo viajo en vacaciones) se traslada a vivir a Irún con todos los pesares del mundo.

Yo me voy a vivir con mi abuela materna a la casa en que nací. Y mi vida a partir de entonces transcurre entre Valladolid y Palencia. Uno o dos viajes diarios. El cambio del colegio a la facultad es brutal. Del control y vigilancia total paso a sumergirme en una multitud de más de 1300 estudiantes en 1º de medicina en el que tienes que aprender a responsabilizarte tú mismo de todo, los tiempos de cada cosa, los horarios, el estudio,

la diversión incluso, hasta que llegan el momento crítico del examen en el que el resultado reflejará de modo prácticamente inapelable el éxito o el fracaso personal. Y cuesta, cuesta mucho, pero de los primeros “palos” cosechados uno aprende y se levanta y las cosas se enfilan positivamente. Tengo claro que seré cirujano y mis mejores notas (y mis costosos libros inicialmente, después sólo apuntes) son de anatomía y materias relacionadas. El estudio de los huesos lo resolvíamos saltando la tapia del cementerio viejo y robándolos de los nichos ¡muy emocionante! A pesar de andar sin un duro estoy contento, vivo en un ambiente de estudio con buenos compañeros y muy buenos resultados incluso en 3º que es el curso clave en la carrera.

Quiero detenerme aquí para señalar el contexto político y social de todo esto que cuento. La agonía de Franco y del franquismo, la inquietud y los movimientos de rebeldía que se sucedían en España por todas partes. Y yo, que tengo alrededor de veinte años no soy ajeno a esta marejada de ilusión, de expectativas de cambio, también de idealismo.

En la facultad la pelea ideológica es frenética con predominio de los grupos de izquierda (PCE -al PSOE se le veía poco, la verdad-) y de extrema izquierda (PTE, ORT, MC, LCR, etc). Juro que se estudiaba, sí, pero también se hacían muchas asambleas sobre temas o sucesos políticos que sucedían o actividades culturales o solidarias con el movimiento obrero que también bullía en aquel momento. También manifestaciones y muchas carreras delante de los grises con algún que otro porrazo.

¿Y en Palencia? Pues aquí también pasaban cosas, aunque en menor medida, mi tío Toño -que me recordó un día que yo, con quince años, le dije que era “socialdemócrata”- llevaba ya tiempo pasándome ejemplares del “Mundo Obrero”, el periódico del PCE que se imprimía en Palencia en una multicopista muy clandestina.

Aquí aparece una persona que conocéis muchos. Yo seguía picoteando con las chicas y manteniendo efímeros noviazgos y en uno de estos me encuentro de la manita con Mª Ángeles (que más tarde dirigió la AV del Campo de la Juventud). Paseando, aburridos, durante una fría tarde de semana santa me dice que se reúne gente en la iglesia de San Jose y que puede ser interesante, bueno, al menos, me digo, hará calor. Bajamos al sótano y allí me encuentro (ella se fue enseguida) con muchos de los que han sido mis amigos durante muchos años.

Nos reuníamos una o dos veces por semana, lo llamábamos el ATENEO y allí se hablaba de todo, como en Valladolid, pero a pequeña escala y desde una óptica más personal ya que quienes lo impulsaban eran gente de HOAC, JOC, cristianos por el socialismo, etc. Recuerdo esa época con cariño, allí viví mis últimos coletazos religiosos (o eso creo). En el convento de las Nazarenas, en San Pablo, lo mismo teníamos un curso de Cristología que uno de Marxismo y de aquellos polvos surgieron los lodos de mucha gente de izquierda de esta ciudad, especialmente del PCE y del PSOE más tarde. También de los sindicatos.

Y aunque nosotros vivíamos un poco en “santidad” no éramos ajenos a lo que pasaba en la ciudad y también corríamos en algún follón que se daba en Palencia (me viene a la memoria una huelga de la construcción que se dio por aquellos años y que originó mucha tensión en la ciudad con bastante represión y violencia). Que se sepa que incluso organizábamos representaciones teatrales de contenido “subversivo” aunque disimulado (recuerdo una del grupo “Tábano”). Vivimos a nuestra manera el fin de Franco, que si se moría, que si no, …. y al final se murió. Y ese día, frío y soleado, me fui a Valladolid a pesar de que sabía que no habría clase para ver el ambiente y fui testigo de cómo se brindaba con cava en la cafetería de la facultad.

Sí, y poco a poco nos fuimos afiliando al PCE que era lo guay y que, además, ya no tenía tanto peligro como antes, alguna bofetada en comisaría que no era nada comparada con la emoción de llevar los bolsos de la trenca manchados con los espráis con los que pintábamos “amnistía y libertad” o “libertad para Santiago Carrillo” por las noches y asistir a esas reuniones clandestinas en las que hablábamos de materialismo histórico o de materialismo dialéctico sin saber muy bien lo que eran y de construir un país nuevo y una Europa nueva y, por qué no, un mundo nuevo. Y para que hubiera de todo también nos divertíamos claro. Por aquel entonces estaba de moda en Palencia el pub “Franciscus”, alias “Pacus”, o ir a bailar a la discoteca Orfeo (anécdota con última novia).

Bueno, y poco a poco se fue pasando mi aspiración a ser cirujano ya que había que cambiar la asistencia sanitaria de la gente y esa visión, más integral, sólo se ejercería desde la atención primaria.

Y tras muchas convulsiones políticas llega la TRANSICIÓN, llega Suarez con su reforma, la legalización de bastantes partidos políticos (recuerdo el primer “mitin” al que asistí -del PSOE- en el cine Rey don Sancho en el que hablaron Mújica y Cortés y, a pesar de que no era mi partido, me pareció emocionante) y finalmente se legaliza al propio PCE.

Para quien no lo sepa yo era por aquel entonces secretario provincial de organización con Antonio Herreros y recuerdo la campaña activa a favor de la Constitución y las campañas electorales para las elecciones generales y las municipales de 1979. Yo estaba ya en 6º de medicina y aquel curso sólo pude ir a clase 20 días. Fue el único año en que me quedaron asignaturas para septiembre (ojos y piel). Pero bueno, con 24 años, finalmente, ya era médico.

No he señalado que en este tiempo la convulsión no sólo afectaba al país sino también a mi familia, las dificultades económicas se suavizaron con una beca que mantuve desde 2º y además con mi trabajo los veranos recogiendo fruta tanto en Palencia como en Cataluña. En ese tiempo se produce la separación de mis padres y el regreso de mi madre y mis hermanos a Palencia.

Y, en muy poco tiempo, todo cambia, todo se da la vuelta en mi vida. En el partido todo son líos (los “renovadores” se pelean con los “carrillistas” -para acabar todos más tarde en el PSOE-) y esa pureza inicial se ha ido enturbiando hacia el gris. Yo necesitaba trabajar urgentemente (pedí trabajo incluso en las obras de FASA que se estaba construyendo en ese momento), estuve desesperado en los cuatro meses que no trabajé. Además, y aunque ese no es el objeto de esta charla, digamos que descubrí, bastante tardíamente por cierto, que me gustaba lo que me gustaba, es decir mi condición sexual. Por una circunstancia casual comienzan mis viajes a Madrid (mi segunda pequeña patria) y lo que yo llamaría mi “segunda vida” o mi “vida paralela” y que, más bien que mal, me ha durado 20 años.

Tranquilos que voy terminando. No me extenderé sobre mi vida laboral que comienza en febrero de 1980 con una interinidad como Médico Titular y que me hace ir a residir durante 8 años a Villarramiel (donde ya sabéis que me pesca Heliodoro Gallego como candidato a alcalde en 1987 y donde se inicia mi relación con el PSOE). Antes, en 1983, apruebo las oposiciones y me convierto en funcionario de carrera. Durante dos años más vivo en Valladolid huyendo de la vida del pueblo y en 1990 vuelvo a Palencia cerrando el círculo, aunque mi vida personal y social sigue en gran parte ligada a Madrid hasta el año 2000. En estos años formo parte de la CEP casi de manera continua con algunas responsabilidades relacionadas con sanidad y la Sectorial de Salud (que no ha logrado cuajar en Palencia, por cierto), además de colaborar con la S. de Organización en tareas electorales (un recuerdo a Pedro Cubillo).

De este periodo no guardo especiales recuerdos de Palencia. Mis vivencias en el medio rural han sido ya relatadas en pregones para las fiestas de Villerías y de Villarramiel y son ajenas a esta ciudad. Mi vida paralela en Madrid estaría aún por contar y solo la cito como condicionante, como freno, respecto a Palencia. Con el tiempo se fue convirtiendo en una rutina relativamente cómoda que me ha servido de justificación para excluirme de muchas cosas de Palencia. Pienso que Madrid ha sido mi escondite, la excusa perfecta para no mostrarme como realmente soy (para bien o para mal) en mi pueblo, este. No me he entregado ni políticamente, ni socialmente, ni personalmente por miedo al daño que eso me pudiera causar.

Pero entre 1999 y el 2000 “me caigo del caballo”, una fase de pasión, de locura, de ruptura, de llorar mucho, también de disfrutar mucho, de divertirme mucho. Todo esto provoca que tenga una brusca “salida del armario” con la familia, en el trabajo y en general (aunque supongo que a mucha gente no la habré engañado nunca). Una soledad inicial en Palencia que dura muy poco, nuevos amigos, viajes a Logroño y a Salamanca (ciudades a las que quiero porque quiero o quise a quien vive o ha vivido en ellas). También palos de ciego y alguna relación esporádica, pero con la satisfacción y el alivio de haber sobrevivido, de haber ganado en seguridad (ya era hora, joder) de haber decidido, casi sin darme cuenta y con toda la precaución que se quiera, que en Palencia no se vive tan mal, que también merece la pena quererla y que no me iba a esconder nunca más.

Inicialmente viví en la Calle Valentín Calderón y en 2002 me voy a Allende el Río (barrio que, en ese momento, casi acabo de descubrir) a un ático que me encanta y me permite relajarme cuidando las plantas de la terraza y ver los amaneceres sobre Palencia lo que, os aseguro, es todo un privilegio.

Y en esto, como remate feliz, aparece un 3 de mayo de 2003, y por vía internet, una persona llamada Juan al que todos conocéis y que está por ahí, con la que dormí una noche y después todas las demás hasta ahora (menos las guardias, claro). Y fijaros como han cambiado las cosas en este país y en Palencia que hasta nos casamos en diciembre de 2011 en la fase efímera en que fui por primera vez subdelegado del gobierno y ahora incluso os lo estoy contando a todos sin ponerme muy colorado (espero).

Tampoco puedo ni debo terminar este relato sobre mi relación con Palencia sin dar las gracias a unas personas magníficas con las que he convivido en el grupo municipal socialista, con las que he compartido proyectos e ideas para mejorar nuestra ciudad, junto a las que me he sentido incluso un poco protagonista de su conducción, un grupo al que he echado de menos desde el primer día que dejé el ayuntamiento, un grupo que, estoy seguro, muy pronto sabrá devolver a Palencia, a esta ciudad desorientada, su ilusión y la esperanza de un futuro mejor. Gracias, Carlos, Sara, Luis, Charo, Jesús, Judith, gracias Miriam.

Soy injusto al no citar a muchas más personas a las que quiero y me han hecho la vida más fácil. Os estoy viendo a muchos y sé que no os importa.

(los años últimos están bastante comprimidos porque vi que me estaba extendiendo demasiado y no quería daros mucho el tostón)

Gracias al Ateneo por permitir sentirme un poco más en paz conmigo mismo y a todos vosotros por aguantar este rollo.

Larga vida al Ateneo.