[vc_row][vc_column][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/4″][vc_single_image image=»291″ style=»vc_box_rounded»][/vc_column][vc_column width=»3/4″][vc_custom_heading text=»Columna de opinión del ateneísta Enrique Gómez» font_container=»tag:h2|font_size:16pt|text_align:center» google_fonts=»font_family:PT%20Serif%3Aregular%2Citalic%2C700%2C700italic|font_style:700%20bold%20italic%3A700%3Aitalic»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Hacerse preguntas resulta habitualmente más interesante que encontrar todas las respuestas, a pesar de que lo segundo, produzca infinitivamente más goce, al hacernos creer imaginariamente, que poseemos un saber sin agujeros que nos sostiene. ¿Por qué refundar el Ateneo de Palencia? ¿Por qué ahora? ¿Qué necesidades cubre? ¿A qué conscientes o ignotos deseos responde? Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos los que nos hemos metido en este maravilloso follón romántico en el siglo XXI. Las respuestas no llegan a tiempo claras y precisas, pero esto no tiene que impedir pasar a la acción, a la buena acción, claro, y de la buena manera, si es que se sabe cómo.
Repetimos con frecuencia la frase de Becerro de Bengoa, “agitar la vida intelectual”, con un cierto riesgo del que debemos estar advertidos. Una de las enfermedades del siglo XXI es la del amor propio, el narcisismo, individual y colectivo, del que sería bueno huir como de la peste. El nuevo Ateneo no debe caer en el error del mesianismo salvador, el que cree que viene a dar vida a lo que no lo tiene, el que aporta agua al páramo adusto y enteco. Es cierto que Palencia sufre el drama de la despoblación, del éxodo juvenil que parece inevitable y del envejecimiento como una de sus más lacerantes consecuencias, pero también lo es que esta ciudad y su provincia, a quien no se debe olvidar, no está ni muerta si siquiera dormida. Son muchas, y de calidad indudable, las actividades que se realizan con frecuencia en nuestra comunidad y en este contexto, el Ateneo debe hacer el esfuerzo de incorporarse sin complejos de superioridad que lastren el proyecto.
Para terminar cito a dos genios, encontraremos a algunos más en este camino. Francis Bacon, en una entrevista concedida a Marguerite Duras, decía algo tan bello como que él no dibujaba nunca, empezaba sus cuadros haciendo todo tipo de manchas, esperaba siempre a que llegara una mancha sobre la que construir “la apariencia”. En definitiva, empezaba sin programa ni meta. Por otro lado, Tomás de Aquino, según cuenta José Jiménez Lozano, se paraba ante las puertas dudando si traspasar o no el umbral “porque una puerta que se abre es siempre un novum, lo que promete a nuestros ojos y nos exige su comprensión”. Así comienza el Ateneo, quizás como una mancha a la que habrá que saber esperar para poder construir, y también como una puerta que promete y exige, pero también ofrece y dará, sin duda con el esfuerzo de todos, porque no es la ciudad la que estaba esperando al Ateneo, sino éste quien estaba esperando a la ciudad. Llegó el momento.
 

Enrique Gómez Crespo

Ateneísta con esperanza y convencimiento

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