Es evidente que, junto a la novela histórica, la novela negra o policíaca está de moda. Si nos detenemos a observar lo que más se vende en las librerías, nos daremos cuenta de hasta qué punto este tipo de relatos viene progresando desde hace más de treinta años. Cuando Manuel Vázquez Montalbán crea a su personaje Pepe Carvalho, la novela negra se ha convertido en un lugar común. Pocos son los escritores que se han resistido a la tentación de participar en el género. Pero, como ocurre con frecuencia, no abundan los títulos interesantes, sino que la seguridad de las ventas es un atractivo importante y la novela negra se lee con interés sin demandar un exceso de reflexión en quienes a ella se entregan. Su éxito es tan apabullante que provoca subvenciones, premios literarios y centenares de páginas escuálidas de originalidad.
Dentro de esta moda, ocupa un lugar preeminente la novela negra escandinava, pero no son todos los que publican dignos de pasar a la historia del género. Entre todos ellos, hay un escritor muy destacado: el sueco Henning Mankel ( 1945-2015   ) creador del personaje Kurt Wallander , el policía triste, deprimido y diabético, fracasado en su matrimonio y con una trayectoria familiar muy problemática : un padre con demencia senil, que culpa a su hijo de todas sus desgracias y una hija que no da ninguna muestra de afecto hacia su padre. Su refugio es su trabajo como investigador criminal en el que triunfa por su total dedicación y su singular sagacidad. Un gran personaje, que ha sido llevado a la televisión en alguna que otra serie. A mi me gustó especialmente la creación que hizo del personaje el gran actor Kenneth Branagh. Supo reflejar el drama interior del policía con buena versión del personaje.
En las novelas de Mankel, la intriga es importante, pero es la evolución del personaje, en el que la profundidad psicológica y moral atrae la atención del lector de manera intensa. Y esto no suele ser frecuente en las novelas policiacas. Después de Mankel han brotado numerosas novelas negras escandinavas, intentando seguir su huella, pero ningún autor ha logrado alcanzar la calidad del sueco, aunque la cuota de ventas sea elevada. Precisamente porque en ellas lo único que interesa es saber quién es el asesino, cuando, en realidad, es mucho más interesante el seguimiento del proceso y las circunstancias que lo rodean, pero, tal vez estos datos sean menos atractivos para el común de los lectores.
En España también han proliferado las novelas negras durante los últimos años. Las hay para todos los gustos y de calidad muy variable. Incluso autores ya consagrados en la narración de otros géneros han caído en la tentación de crear relatos policiacos. Es el caso de José María Guelbenzu, interesante novelista que comenzó su carrera literaria con otro tipo de relatos, pero que desde hace quince años se ha especializado en la novela negra, creando un personaje, la juez Mariana de Marco, que ya lleva protagonizando siete novelas. Mariana es un personaje muy interesante. Especialmente antipática y con unas relaciones sentimentales siempre complicadas pero adecuadas al momento histórico con el punto de vista de un hombre ( el narrador )
Lorenzo Silva es otro interesante novelista español, actual, que ha tenido su participación en el relato policiaco, a cargo de esa pintoresca pareja de la guardia civil, que forman Chamorro y Bevilacqua y que tanto éxito ha tenido.
A mi me atrajo la atención una novelista vasca, Dolores Redondo, que publicó hace unos años, La Trilogía del Baztán, con un sonado éxito de público, hasta el punto de haberse llevado al cine. En mi opinión, uno de los logros de aquellos relatos, fue la hábil combinación de elementos. A la intriga criminal se une la sentimental y el elemento mágico contenido en las leyendas tradicionales de la región, muy rica en leyendas de ese carácter.
El año pasado, Dolores Redondo obtuvo el premio Planeta con su novela “Todo esto te daré”, un relato de 614 páginas. El título está tomado del Evangelio y reproduce las palabras que Satanás le ofrece a Jesús de Nazareth para tentarlo en el desierto, ofreciéndole todas las riquezas del mundo a cambio de su obediencia. Con esa alusión, la autora se refiere a los avatares de su protagonista, Manuel Ortigosa, novelista gallego, casado con Álvaro Muñiz, de familia aristocrática y con una gran fortuna. Álvaro muere en un accidente de automóvil y, de modo inesperado, Manuel recibe aquella fortuna que deberá administrar enfrentándose a una familia muy problemática desconocedora de la homosexualidad de Álvaro. El sometimiento a aquella familia dará sentido al título de la novela. La intriga reside en la sospecha que tiene Manuel de que la muerte de su esposo no ha sido accidental, sino que se trata de un crimen. La autora crea una serie de personajes algo tópicos, como es el caso del Guardia Civil, el Teniente Nogueira y el sacerdote, amigo de la infancia de Álvaro, el Padre  Lucas. Serán los dos personajes que ayudarán a Manuel a resolver el embrollo. En el relato se combinan elementos de tipo sentimental y costumbrista que dan al relato algunos giros inesperados y hacen agradable su lectura. La autora posee un estilo directo que hace que la intriga se siga con facilidad y la trama se resuelva sin grandes sobresaltos. Da la sensación de que a la autora le interese retratar unos personajes representativos de la actualidad española. Manuel es un homosexual valiente que tiene un comportamiento muy positivo, pero un tanto plano. No aprecio en él evolución alguna, sino que es un mero soporte de la intriga novelesca, a veces muy desviada hacia elementos costumbristas y descriptivos de una Galicia rural y un tanto cargada de tópicos.
La autora se recrea en las descripciones de una región a la que ama y embellece con verdadero sentimiento y emoción. La idealización no solo atañe al entorno sino también a los personajes, lo que resta credibilidad a algunas situaciones. El relato es omnisciente y la prosa fluye con naturalidad y, parece mentira que haya que decir esto, con corrección lingüística, lo que se agradece. Sin embargo, creo que a la novela le sobran un centenar de páginas. La autora se desvía del relato de la intriga para recrearse en la caracterización,  innecesaria muchas veces, de los personajes, claramente separados entre los “buenos”, como son los amigos de Manuel y la gente llana del pueblo y los “malos”, los aristócratas familiares de Álvaro. La dictadura de lo políticamente correcto ha enturbiado bastantes situaciones de la novela.
En definitiva, una novela agradable que gustará a los amantes del género sin mayores pretensiones.
 
CARMEN CASADO LINAREJOS