Santiago Juan Zurita Manrique

Tumbado en un banco corrido de piedra en el Salón de Palencia, con la mirada puesta en las nubes que creía mover, exhalaba el humo del cigarrillo con la intensidad de un fuelle de esos de herrero medieval. Sonreía de vez en cuando al cerciorarse de que la nube que pasaba por encima de él se movía a su antojo.

-¡Qué sabrán del universo! -Pensó algo contrariado.

Sintió la brisa correr por el pelo rizado, por la piel bronceada con el sol del atardecer y con la luna llena de la noche anterior. Suspiró contento, sabiendo que las estrellas y los astros del cielo le comprendían a las mil maravillas, percatándose de que sólo él era capaz de comunicarse con todas ellas.

-¿Quién sino yo habla con el universo? -Balbuceó-. Sacó otro pitillo y lo encendió con la colilla del anterior. Luego cogió la botella de vino y se la metió al coleto en un par de tragos largos. Se volvió a tumbar dirigiendo la mirada hacia otra nube y la movió, como si sus ojos enrojecidos por el alcohol y las noches sin dormir actuaran como el viento sobre ellas. Respiró tranquilo al conseguirlo y dio una profunda calada al pitillo. Echó una ojeada a su alrededor y vio gente que iba y venía, que se sentaban no muy lejos de donde él se encontraba.

-Algún día lo entenderán. Van de un lado para otro, pensando en sus cosas sin darse cuenta de lo principal -se dijo satisfecho-. No son capaces de ver lo importante, andan como gorriones mirando las migajas del camino sin ver lo que el universo les tiene que contar.

Unas madres acompañadas por sus hijos se sentaron junto a él. Los niños se pusieron a jugar a policías y ladrones corriendo de un lado para otro con tal ímpetu que llamaron la atención del joven fumador. Éste se incorporó y observó con ojos de lechuza a las madres enzarzadas en una conversación de un programa basura de televisión.

-Blablablá…-gritó frunciendo el ceño- ¡Mientras deambuláis por el mundo como hormigas, el mundo naufraga en su propia agonía!

Las madres se asustaron y llamaron a sus hijos. Les cogieron de la mano y marcharon algo más allá, hacia la Fuente Luminosa.

-¿Qué le ocurre, mamá? -Preguntó uno de ellos.

-La abuela decía que son almas de Dios, hijo, almas perdidas en el tiempo, pero yo no lo tengo tan claro.

-¿Y eso qué significa? -Replicó el niño mirando a su madre.

-Ni yo misma lo sé.