Por José Antonio González Delgado

A través de la historia del edificio del Dispensario Antituberculoso y antivenéreo de Palencia, y la de los arquitectos que participaron en el concurso convocado para su construcción, puede explicarse una buena parte de la arquitectura española que se desarrolló antes de la Guerra Civil.

El edificio, gestado cuando llegaba el final de la dictadura de Primo de Rivera, refleja las expectativas y los ideales de una época convulsa que preludiaba el advenimiento de la segunda República.

Hacia ese lugar nuevo, que registraría algunas de las actuaciones más importantes de la arquitectura española del siglo XX, se encaminaban los deseos de los jóvenes arquitectos españoles, que miraban atentamente los logros de la vanguardia europea. Querían emular aquella forma nueva de entender la arquitectura, y sus esfuerzos convergerían en la España republicana, un breve e intenso período histórico en el que se concentrarían las más importantes realizaciones de la arquitectura moderna española. En 1928, cuando se gestaba el proyecto del dispensario antituberculoso, se construían tres obras que están consideradas como el inicio de la arquitectura moderna española: el “El Rincón de Goya” en Zaragoza, de Fernando García Mercadal, construido entre 1927 y 1928; la gasolinera de Petróleos Porto Pi, de Casto Fernández-Shaw, construida en 1927; y la casa del Marqués de Villoria, de Rafael Bergamín, construida en 1928.

Estas fechas hablan de la trascendencia del edificio del dispensario de Palencia, construido entre febrero de 1929 y julio de 1930, al resultar coetáneo de las primeras manifestaciones de la arquitectura moderna en España y compartir su carácter germinal.

La década de los años treinta fue la que dio cobijo a las primeras realizaciones de la arquitectura racionalista española. Conceptualmente puede interpretarse que la arquitectura moderna en España se concretó a través de dos actitudes diferenciadas. Por un lado, desde las filas del GATEPAC, los jóvenes arquitectos españoles abrazaron abiertamente los preceptos del movimiento moderno propugnados por Le Corbusier y los grandes artífices de la arquitectura del estilo internacional. Arquitectos como Sert, Torres Clavé, Labayen, Aizpurúa o Vallejo, construyeron hasta la irrupción de la Guerra Civil magníficas piezas que seguían el ideario de la arquitectura racionalista europea. Pero junto a la labor desarrollada por los miembros del GATEPAC tuvo lugar la arquitectura protagonizada por los arquitectos encuadrados en la denominada “Generación del 25”.

Las actuaciones de aquel grupo de arquitectos madrileños, que precedieron a las del GATEPAC y se solaparon con ellas, desarrollaron desde finales de la década de los años veinte una arquitectura que aglutinaba muchas de las referencias del movimiento moderno.

Eran dos actitudes que esgrimían diferentes conceptos de la modernidad. Mientras que la arquitectura del GATEPAC argumentaba la utilización de un nuevo lenguaje basado en lo tectónico, con códigos y principios dogmáticos que lo fundamentaban, la arquitectura de la generación del 25, por encima de experiencias formales y principios estéticos, asumió los valores de un funcionalismo que respondiera a la sencillez y a las necesidades del programa y de la técnica.