[vc_row][vc_column][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/4″][vc_single_image image=»228″ style=»vc_box_rounded»][/vc_column][vc_column width=»3/4″][vc_custom_heading text=»Columna de opinión del ateneísta Fernando Martín Aduriz» font_container=»tag:h2|font_size:16pt|text_align:center» google_fonts=»font_family:PT%20Serif%3Aregular%2Citalic%2C700%2C700italic|font_style:700%20bold%20italic%3A700%3Aitalic»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Confundir una Institución con su edificio es lo suyo, interesando más saber dónde está que efectuar la pregunta más interesante, qué es. Por eso no se suele preguntar qué es una Diputación o un Ateneo sino ¿dónde está el Ateneo, dónde está la Diputación?
Me han dicho que el Ateneo de Palencia de 2016 que va a ser fundado el próximo 10 de diciembre no tiene edificio clásico, sino una web, que se inaugura hoy, 1 de diciembre. Es un sin-techo, aunque sin horario de cierre, abierto desde cualquier lugar del mundo donde haya una palentina, un palentino, sea Baltimore, París, Aix-en-Provence, Buenos Aires, o Bruselas. Un sin-techo es más hospitalario, y me gusta porque siempre tiene habitación de invitados.
Sin embargo, es seguro que el Ateneo acabará teniendo como toda Institución su edificio, ergo haré la crítica anticipada.
En primer lugar los edificios obtienen endogamia y refugio. Reclusión. Tal es así, que tarde o temprano toda Institución acaba organizando jornadas de puertas abiertas, o publicita que sus actividades son abiertas, o habla de ‘salir a la calle’ y darse a conocer. Algo falla cuando toda Institución necesita ese movimiento. ¿No será que un edificio lejos de ser una lanzadera termina en un confortable bunker?
En segundo lugar, los edificios detraen muchos fondos de su presupuesto y una política de subordinación a unos horarios, a unos tics del personal, a unas servidumbres que hacen que al fin y a la postre lo esencial sea el confort del personal de a bordo que la tarea encomendada de volcarse en el servicio a la ciudad. Y los edificios acaban vacíos de gentes que ya no los visitan. Salvo quienes allí laboran espectralmente.
En tercer lugar, hay un efecto segregativo, están los socios y los no socios, los que acuden y los que no acuden, los que no salen del edificio creyendo que es de su propiedad, y los que no entran por ser excluidos merced a la mirada de quien está adentro.
En cuarto lugar, hay una tendencia al goce del entre-nosotros, a la nostalgia, a la contemplación de los retratos delas paredes, y un olvido de los más jóvenes. Las instituciones envejecen y no lo quieren saber. Por eso tratan de rejuvenecerse cada cierto tiempo. Sin éxito.
Un edificio del siglo XXI no excluyente, que no detraiga muchos recursos, desidentificado de su propio local, anti nostálgico, incómodo para que nadie duerma, no segregativo y muy fresco, siempre al cabo de la calle, abierto a jóvenes de cualquier edad, ese edificio al menos es soñable.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]