ATENEO E INSTITUTO: UN BINOMIO INSEPARABLE
 
 
Jesús Coria
Catedrático de Historia y Director del Instituto Jorge Manrique de Palencia
 
 
 
A MODO DE INTRODUCCIÓN
El pasado día 10 de diciembre renació con fuerza el Ateneo de Palencia en el Paraninfo del Instituto Jorge Manrique: el acto de constitución -desbordado el aforo del local con los socios fundadores, amigos y familiares- fue un verdadero éxito y un ejemplo de buen hacer de la nueva Junta Directiva.
            Conviene resaltar que no se trata de una mera casualidad la elección del escenario: 140 años antes fue fundada esta Sociedad científica y literaria por Ricardo Becerro de Bengoa, Catedrático de Física y Química del mismo Instituto, inspirador y alma mater de la institución. Tampoco creo que sea una indiscreción decir ahora que sugerí este lugar a los entusiastas promotores del evento; la conexión entre ambas épocas gravitaba entre el significado del viejo establecimiento educativo -antaño renovador de la enseñanza pública española-, la ilusión colectiva ciudadana y las grandes expectativas despertadas en estos momentos tan complicados que vive nuestro país. En realidad, un escenario comparable a los de la época que le tocó vivir a este ilustre profesor.
            Se abre ahora una segunda etapa, quizá con la misma esperanza de regenerar y  “agitar” la vida cultural  de esta tierra, tal y como la vieron en aquel año de 1876 los palentinos, comandados por la personalidad arrolladora de un joven profesor vitoriano que había llegado a esta ciudad unos años antes (1870). Creo que debemos aprovechar esta nueva oportunidad de ofrecer a la sociedad de principios del siglo XXI un instrumento útil para plantear y debatir sus demandas y problemas, encontrar el vehículo adecuado para su debate y resolución y, consiguientemente, afianzar los pilares que sustentan nuestra razón de ser como entramado cultural.
            Diógenes Laercio creía que la cultura era refugio de la adversidad y adorno en tiempos prósperos. Hoy, mejor que nunca, nos parece necesaria. Vivimos tiempo de cambios, transformaciones profundas, de hundimiento -por qué no decirlo así- de principios que antes eran considerados esenciales para nuestra civilización occidental. Es, por consiguiente, un buen momento para que renazca con fuerza un Ateneo integrador y respetuoso con las ideologías, activo, creador y abierto.
            No quedó desapercibida esta sutil conexión Ateneo-Instituto en el brillante discurso de Fernando Adúriz, ni tampoco la presencia de, al menos, tres de sus profesores en activo como socios fundadores: Alfredo León, Arturo Polanco y el que ahora redacta estas líneas; alguno más que ha abandonado la docencia, caso de Carmen Casado, antigua Catedrática de Lengua y Literatura y Eutimio Martín, profesor que fue de este Instituto y de la Universidad de Aix en Provence; Esperanza Ortega -una de las ponentes del acto y profesora en Valladolid- y Manuel Medina, dedicado al área de la Inspección educativa. Muchos otros antiguos alumnos, en la propia Junta Directiva y entre el público, delataban la importancia de la enseñanza pública en la formación de un pensamiento libre, con el indudable deseo de ofrecer lo mejor de sí mismos para constituir una  plataforma que encauce ahora toda una suerte de iniciativas sociales de mejora, reflexión y deleite para la sociedad palentina.
            Este es el planteamiento de este breve artículo, que ahora presento como base para otro ulterior de mayor envergadura: dar a conocer la relación histórica entre Ateneo e Instituto en su primera etapa (siglo XIX-XX), indispensable desde mi perspectiva para conocer su verdadero significado en el el tiempo, tal y como apunta el título que hemos elegido.
 
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Los Institutos Provinciales de Segunda Enseñanza -desde su creación a mediados del siglo XIX- fueron también instrumentos para la renovación y dinamización de la vida cultural española. Este modelo educativo, implantado por el liberalismo decimonónico español, competirá y entrará en conflicto -sobre todo en sus primeros años de vida- con los viejos Seminarios regidos por la Iglesia: es el momento del desarrollo de una enseñanza pública al servicio del Estado, al servicio de ese indeterminado y complejo concepto de las “clases medias”.
Encajarán perfectamente en la organización provincial española, de acuerdo con el modelo centralista  que plantea el Plan de Estudios de 1845. Su inspirador y referente ideológico fue el pedagogo y hombre de Letras, Antonio Gil de Zárate, bajo la tutela del ministro Pedro José Pidal. El preámbulo de la nueva normativa recoge el interés por una etapa educativa que, al parecer “no existía” en España (la denominada Segunda Enseñanza) y era su propósito difundirla a través de la creación de unos nuevos Centros educativos, denominados “institutos”, siguiendo la denominación utilizada por Jovellanos mucho antes. Su concurso se consideraba necesario para la riqueza y desarrollo del país y buscar una equiparación con los países de referencia en nuestro entorno.
Estos nuevos Centros de enseñanza fueron concebidos y diseñados como “un complejo de docencia, investigación, documentación, lectura y experimentación” -en palabras del eminente historiador Julio Ruiz Berrio- y contribuyeron de forma decisiva a la extensión de la cultura y la instrucción a una base de creciente de ciudadanos, al debate ideológico y los grandes proyectos de mejora de las ciudades en las que estuvieron asentados, de forma preferente en las capitales de provincia .
No resulta muy complicado pensar en los profundos cambios y mejoras que produjo en esta ciudad y provincia la creación de “su” Instituto, inaugurado apresuradamente a fines de noviembre de 1845 para así poder comenzar su andadura en el curso 1845-1846. Sus profesores se constituirán en los protagonistas de la modernización cultural de la ciudad, así como de la introducción de un modelo instructivo caracterizado por las novedades metodológicas y didácticas, la atención a la Ciencia y, finalmente -tal y como señalamos antes-  a la vertebración del nuevo Estado liberal.
Una vez asentado y regulado el Cuerpo de Catedráticos, los procedimientos de acceso y sus competencias, quedó abierto progresivamente a un amplio elenco de profesionales de diversa procedencia y formación superior, que se instalaron en su Instituto de referencia para formar parte del Claustro de Profesores. Podemos asegurar que, de forma paralela a su consolidación profesional, se vive una transformación profunda del panorama educativo y cultural de las capitales de provincia, subsumido en modelos anticuados y de escaso recorrido.
La conocida Ley Moyano (1857), más rigurosa en la selección del profesorado, abrirá una etapa caracterizada por la presencia de un profesorado de mayor preparación y miras profesionales más amplias. Quedará atrás una fase inicial, nutrida en buena por personajes procedentes de las antiguas Cátedras de Latinidad y con un recorrido basado más en la proximidad al Centro de referencia que al rigor de  su formación académica. No obstante, podríamos resaltar algunos profesores sobresalientes: este es el caso de Inocencio Domínguez Lombraña, Director desde el cese del Canónigo Gaspar de Cos  y Soberón (1845-1847), hasta 1868; pero también de Mauricio Pérez San Millán, natural de Prádanos de Ojeda, y que se trasladó al Instituto Burgos en 1868 -del que fue Director entre los años 1885 y 1892-, y de Saturnino Pérez Pascual, quien ejerció como Catedrático de Física y Química y  Secretario hasta su repentina muerte en 1868. Merecen un lugar especial en este breve recorrido Mamés Esperabé (1854-1860) – más tarde Rector de la Universidad de Salamanca, tras una breve estancia en el Instituto de Málaga- y el pofifacético Justo Cacopardo (1846-1851), cuya obra didáctica se ha reeditado en estos últimos tiempos: me refiero a  la Colección de tratados auxiliares para facilitar el estudio y enseñanza de la lengua latina.
 
La década de los años setenta fue decisiva para la revitalización académica de este Centro: la llegada del Catedrático de Física y Química Ricardo Becerro de Bengoa (1870-1886), de Bernardo Saz y Berrio (1872-1877), Catedrático de Geografía e Historia, y también de Santiago Palacios Rugama, primero como profesor de Agricultura (1877-1881) y, más tarde ya, como Catedrático en 1884. Los tres, cada uno dentro de su ámbito de especialidad (Ciencias y Letras) fueron representativos de la renovación académica y cultural de estos años y de la implicación personal de todos ellos en facetas que iban más allá de las tareas docentes. La línea más tradicional -que coexiste con la anterior-queda reflejada en otros profesores, de esmerada preparación, caso de Juan Álvarez Vega, Catedrático de Psicología, Lógica y Filosofía Moral (1876). Pues bien, todos estos profesores aparecen en la nómina de ateneístas de 1877.
 

— Mauricio Pérez San Millán (Profesor del Instituto de Palencia y del Instituto de Burgos, Fue Director de este último entre los años 1885-1892.—
 
Becerro de Bengoa es el paradigma de una nueva manera de entender su profesión; su implicación social, visión perspicaz de las necesidades educativas para un amplio sector de la población y consiguiente participación con la política, es constante y enriquecedora para esta ciudad y provincia. Hoy celebramos su labor como creador del Ateneo  -una más de sus heterogéneas actividades en esta ciudad antes de su marcha a Madrid- estudiado por el historiador local José Luis Sánchez. De sus proyectos y logros en Palencia nos ocuparemos en otro momento y de forma monográfica.
Los otros dos personajes arriba mencionados son menos conocidos para el lector. Fueron también grandes personalidades, quizá eclipsadas en su paso por Palencia ante la desbordante brillantez de Becerro: Bernardo Saz del Berrio fue un eminente historiador, defensor de la abolición de la esclavitud, la libertad de enseñanza y  los derechos de la mujer -como Secretario del Instituto dedicó unas emotivas palabras en la Memoria del curso 1873-1874 a nuestra primera alumna, Elia Pérez– y afamado periodista, de verbo fluido y retórica ciceroniana; Santiago Palacios Rugama dedicó sus esfuerzos al estudio de los cultivos agrarios y a la filoxera (representante de Palencia en el Congreso Filoxérico de Zaragoza en 1880), autor -con Becerro de Bengoa- de una Memoria sobre la Exposición Agrícola de Palencia de 1878) y Bibliotecario del Ateneo. Su brillante vida académica fue culminada como Director del Instituto de Santander.
Del Instituto salen algunos de los más importantes ateneístas: no hay Ateneo sin Instituto; tampoco cabría concebir la pujante vida cultural desplegada por sus profesores sin la existencia y vitalidad propia del Ateneo, así como por propiciar una conexión más fácil con una elite local ilustrada y encauzar así sus iniciativas a través de las fuerzas políticas. Una buena parte de los Directores del Instituto estuvieron formando parte de las sucesivas generaciones del Ateneo de esta ciudad. Valgan los nombres de Ildefonso Alonso Escribano –con un breve recorrido tras un nombramiento derivado de la Revolución de 1868, Homobono Llamas Gusano -recordado por Ramón Gómez de la Serna, también alumno del Instituto de Palencia, en su Automoribundia-, Eloy Rico Rodríguez, Ramón Ochoa Monzón y Severino Rodríguez Salcedo. Otros profesores, en distintas etapas, compartieron sus tareas en esta institución con las docentes: Agustín Blánquez Fraile, Manuel García Molina-Martel, Julio Cejador Frauca, Agustín Mallo Lescún, Santiago Paredes Baquerín, Manuel Feijoo Queimaliños, Francisco Arpide Ruiz-Castañeda, Agustín Tinajas Melgar y la brillante alumna, profesora y después Catedrática en otros Centros españoles (Ferrol, Infanta Beatriz de Madrid y Murillo de Sevilla), Carmen Vielva Otorel.
La presencia de profesores como Agustín Blánquez (Valladolid,1883-Barcelona,1965) y Julio Cejador (Zaragoza 1864, Madrid 1927), justifica esta breve reseña. El profesor Blánquez, discípulo de Menéndez Pidal y bibliotecario del Instituto de Palencia y archivero de Hacienda de esta misma ciudad, fue un gran especialista en el estudio y enseñanza de las lenguas clásicas. Cerró su carrera profesional en Barcelona como profesor, director de la Biblioteca Universitaria y archivero de su Audiencia Territorial. Nos legó una inmensa producción literaria, muy apreciada en la edición de Diccionarios de la lengua latina. Cejador ha sido considerado como uno de los más grandes filólogos de su tiempo, con una gran facilidad para el estudio de las lenguas antiguas y modernas. También cultivó la producción literaria, tanto en la narrativa, como en sesudos estudios sobre la lengua española y latina. Colaborador de prensa y activo conocedor de autores clásicos españoles.Fue maestro de Ramón Pérez de Ayala en su novela AMDG en el Colegio de los Jesuitas y, un poco más tarde catedrático en el Instituto de Palencia. De aquí partió para tomar posesión de la Cátedra de Lengua y Literaturas latinas en la Universidad Central de Madrid
 

 
— Carmen Vielva Otorel nació en Palencia en 1902 y falleció a la avanzada edad de 97 años. Su paso por el Instituto dejó atrás un brillantísimo expediente académico. Tomó posesión como Catedrática de Lengua y Literatura española en el Instituto de El Ferrol en 1928 tras aprobar la oposición correspondiente y haber sido ayudante interina de dicha asignatura en este Centro (1926). Su vida profesional la hizo establecerse en Sevilla (Instituto “Murillo”, tras un breve tiempo en Madrid (Instituto “Infanta Beatriz”, 1919).–
 
Pero no solamente fueron profesores, sino también generaciones de alumnos formados en el nuevo modelo educativo los sustentadores e impulsores más adelante, de la profunda renovación cultural, urbana y provincial, que hace de este foro proa de los nuevos tiempos. Citaré, por su relevancia a los siguientes:  Francisco Simón-Nieto, Matías Peñalba Alonso de Ojeda, Casimiro Junco Polanco, Manuel Carande Galán, Cayo Cayón Rojo, Cirilo Tejerina Bregel y Dionisia Payo.
Esperamos no defraudar a todos ellos en esta nueva etapa que ahora se abre en 2016. Ahora, como entonces, no faltará en el Ateneo de Palencia el impulso de  profesores y alumnos de su Instituto.
 
 

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