Si alguna vez el sueño europeo fue hacer del continente un espacio para las personas, podemos despedirnos definitivamente de ese trance onírico. Las últimas decisiones tomadas en el seno de la Unión respecto a los miles de refugiados que huyen de la guerra y la represión nos devuelve a la realidad de lo que somos, y seremos, si no se producen importantes cambios que nos saquen del letargo insolidario en el que decidimos sumirnos hace tiempo. Quién sabe si volveremos a la senda de aquella Europa que fue capaz de reconciliarse consigo misma y unirse para exportar su visión de la sociedad al mundo. Pero no es así. La actitud de la Unión ante los refugiados podría firmarla el mismísimo Donald Trump. Quizá su actitud sea más legítima, ya que al menos no se molesta en disimular sus aberrantes pretensiones. El muro que pretende levantar el errático presidente de los Estados Unidos en la frontera con México es el equivalente a la solución diplomática alcanzada en Europa, con la colaboración de Turquía. Los discursos más oscuros ponen como excusa la seguridad, e incluso el trabajo – Europa, para los europeos -, para que aquellos que los pronuncian, y los que aplauden, puedan volver a casa y apoyar la cabeza sobre la almohada con la conciencia tranquila. Cada día quedan más lejos aquellos maravillosos años, para el que esto firma fueron los ochenta, en los que Europa sería de los ciudadanos, o no sería. Desde luego habría que compartirla con la economía, pero el eje central residiría en las personas, su bienestar y el anhelo de un futuro mejor para todos. Hoy somos conscientes de que seguimos aspirando a un futuro mejor, no faltaba más, pero solo para nosotros. Los que cruzan el mar con hipotermia en el cuerpo y en el alma no merecen compartir nuestra miseria. Los devolveremos a su negro pasado como hacemos con los productos que compramos en Amazon y no nos satisfacen. Hemos construido un armazón de instituciones comunes para representar en algo tangible aquella Europa soñada, pero todo está muerto por dentro, y empieza a pudrirse. Hemos perdido por el camino las esencias y la utopía. Nos hemos vuelto pragmáticos, o quizá es que todo nos importa un pimiento.